miércoles, 25 de mayo de 2011

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El gusto por los hombres siempre me pareció extraño, aunque fuera el interior de esta armadura quien lo sintiera a diario. Me crié en una familia un poco conservadora, donde eso no era normal, tampoco anormal, era simplemente algo de lo cual no se debía hablar con plenitud. Siempre los hombres buscan a otros hombres, cuando se trata de gusto... Y no fui la excepción. A cierta edad de mi adolescencia, esos lugares que la "gente de bien", miraba con desdén... Lo cierto es que lo prohibido. Recuerdo ese lugar con un cerezo dibujado a la entrada. La curiosidad pudo más y entré. La primera vez fue fatal, me quedé con los brazos cruzados... Me sudaban las manos, mientras los demás niños y niñas (más niños que niñas) bailaban al ritmo de la noche. No volví a asomarme por un mes.

Estaba en grado once, a punto de elegir carrera, pero me tocaba ver ese maldito lugar... Una y otra vez, como si fuera mi condena; si no estoy mal, por esa época las comunidades LGBT protestaban por reformar el sistema. Mi abuela hablaba con mi mamá en medio de ese olor a limonaria. Entre palabra y palabra, viendo el noticiero decían: "ahora hasta se creen como nosotros". Comprendí que debía abandonar ese estilo de vida para siempre. Ahora, antes de coger el bus en las mañanas bogotanas, procuraba no desviar la mirada a la izquierda... Sería fatal para mí, no ser parte de "nosotros".

Una noche, de ésas en las que me gustaba salir a contar las estrellas, me dejé llevar por una sucesión de estrellas. Se me cayeron los audífonos al suelo y tuve que despegar la mirada. Me los metí en un bolsillo, me amarré los zapatos y alcé la mirada; torné mi cabeza a la izquierda y... Estaba él ahí, con esos ojos de venado que podrían simular a venus en su éxtasis de luz. Sus labios, su cabello, todo era algo hipnótico. Me puse nervioso pero como decía mi papá: "usted es bien valiente mijo", así que decidí deslizarme en la vida. Me acerqué con miedo a la entrada del lugar, y quise llamar su atención... Pero estaba acompañado. Igual, no me iba a rendir, yo nunca me rindo, así que entré... Con los brazos cruzados, como la primera vez... No despegué de su presencia mi mirada en toda la noche. A las doce, me puse de mal genio... Miré hacia un lado y me quería ir; pero él llegó. Cansado de bailar y algo prendido (comenzaba a hacerle efecto el alcohol) se sentó a mi lado, me dijó: "hola ¿cómo vas?¿Quieres bailar?". En ese pequeño momento, supe que los milagros existían. Bailamos al lado de la claraboya que da al cielo, era como si las estrellas me guiñaran a miles de kilómetros de distancia.

Pasó el tiempo y después de un mes en que yo, y únicamente yo, lo llamara todos los días a las 7 de la mañana, antes de que llegara la ruta por él, le quise pedir que fuera mi novio. Me era insoportable estar lejos de él. Me arrodillé y le dije: "no es cuestión de ritos sociales, quiero ser tu novio y punto", él sonrió, yo sonreí y nos dimos el primer beso. Nos gustaba ir a un lugar medio oculto en la ciudad, desde donde se podía recostar uno en el prado, comer uno de los mejores helados y correr mientras veíamos el cielo. Sentía que volaba; una tarde, me contó que lo que más le había dolido era la muerte de su madre. Dijo palabras que serían proféticas: "nunca olvidamos lo inconcluso porque es ley universal que toda historia tenga desarrollo. Por eso lo temporal nos trasnocha. Sin embargo, pareciera que todo acaba, menos el amor". Me parecía que era muy sensible y por eso decía esas cosas; él siempre tan bonito, despertaba en mí el deseo de cuidarlo, de protegerlo... De apachucharlo.

A final de año, estaba que perdía once ¿por qué? Por vago, mis profesores decían que no rendía... Mi mamá sospechaba algo pero es que yo ahí sí tengo excusa, si se tiene a alguien con el cual se quiere salir todos los días no se puede estudiar. Como siempre, a él, le iba muy bien en el cole... Era medio ñoño; una noche me dijo que si quería salir a bailar. Yo le dije que no, que tenía que dedicarme mucho o me tiraba el año, él insistía e insistía. Me puse medio bravo. Cuando caminábamos por esas calles grises, casi no le hablaba porque yo siempre terminaba haciendo lo que él quería, tenía una forma tan sutil de convencerlo a uno que a veces abusaba. Sin embargo, como buen novio, no le dejé de sostener la mano un segundo. Notó mi malhumor y me preguntó si estaba bravo, yo le dije que no, me preguntó otra vez y esta vez le dije que sí, a lo cual él respondió: "yo a ti te amo, no estés bravo, quería que saliéramos hoy... Porque te veo tan preocupado, tan ensimismado en tu estudio que no tiene sentido, así que si quieres volver a estudiar, ve, no te preocupes, igual esto lo hacía por ti" ante lo cual yo me sentí avergonzado. Bajé las armas, lo abracé y acaricié.

Pasada la noche, habiendo olvidado todo, volví a ver las estrellas de la noche en que lo conocí. Dicen que es imposible, pero me acuerdo muy bien de ésas porque se parecían a él. Me sentía en el cielo, viviendo una vida marginal pero genial. Nos cogimos de la mano y corrimos apenas salimos de bailar. Los carros se veían de colores y el cabello de él se levantaba con el viento, su piel brillaba como el sol. De un momento a otro, un carro negro se nos atravesó. Eran cuatro tipos, se bajó uno y nos dijo: "a pero miren qué tenemos, un par de loquitas". Nos miraba fijamente y se le unieron los otros tres; una nube tapaba las estrellas; un tipo nos dijo con asco: "por esta gente la ciudad está como está, ¡maricones!". Yo estaba asustado... Lo cogí fuerte para que no lo tocaran, y les dije, háganme lo que quieran pero a él no lo toquen. El pobrecito temblaba del miedo. El primer tipo que se bajó, recuerdo que olía a cigarrillo, me dijo: "fresco hermano, suéltelo que no les vamos a hacer nada". No quise soltarlo, me resistía, sería un sacrilegio dejarlo desprotegido. Y arremetió: "o lo suelta o los matamos a los dos". Entonces accedí, hoy sé, que nunca debí hacerlo. Los desgraciados se reunieron y entre risas volvieron donde nosotros, lanzaron una moneda al cielo y recuerdo muy bien, recuerdo muy bien esa maldita moneda, cayó cara. Y le dijo a Gabriel, a mi amado, a mi soñado: "listo hermanito, le tocó a usted", dispararon y se fueron. Yo no paraba de gritar, uno pierde todo, hasta el equilibrio... Se estaba muriendo... Se estaba muriendo y yo no podía hacer nada. Sentía que me estaba enloqueciendo, hasta levanté a los vecinos. Vi sus ojitos, se cerraban sus pupilas, como si estuviera viendo directamente una luz. Es sin duda alguna, el peor momento de mi vida. Fue mi culpa, nunca debí soltarlo... Nunca.

Fui al velorio y nadie me conocía, ni siquiera su hermanito menor. Todos se preguntaban quién era yo pero nadie se atrevía a hacerlo de frente. Yo no paraba de culparme, de sentirme una basura. Había gente que hasta contaba chistes y recordaba cosas, no lo conocían... Eran "amigos de la familia". En un rincón lloré hasta que sentí que se me bajaba la tensión. Quizás por eso llamé la atención, su madre, jamás sabré porque, se acercó a mí y me dio un abrazo. Creo que sólo yo podía entender su dolor. Yo le dije a ella: "lo amo con todo mi corazón" y ella sonrió y dijo: "yo también". Lo visité casi por varios meses, cada vez menos seguido, al cementerio. Con el tiempo no volví, porque entendí que debía continuar mi vida. Todas las noches, cuando miraba las estrellas recordaba sus ojos de venado. Por eso no volví a ver al cielo, hasta hace pocos días... Que se me cayó el celular y estaba en frente a ese lugar, con un cerezo dibujado en la pared. Entré sólo para ver... Más bien para recordar. Con melancolía, de nuevo mirando a la claraboya, me preguntó ¿qué hubiera pasado si hubiera caído sello? A veces, no sé, quisiera devolver el tiempo y no soltarlo nunca. Y en el fondo sé, que todo es pasajero, menos el amor.

3 comentarios:

Elena P.G. dijo...

Una historia terrible y bella. Una historia de amor.

Garsil dijo...

Buenas tardes... Fusión de vida,
la realidad se confunde con ficción,
elevados en una sola creación,
morir para vivir.
Gracias

JP dijo...

Vea pues.

No se si fue realidad o no, la narracion me parecion preciosa