Tiene boca encendida de labial en pleno barrio Santafé
y llora entre canas y aromáticas de romero, a un esposo que la abandonó a los 50.
Los ojos son de venado recién cazado.
En su pupila se dibuja una enfermera
cargando a un recién nacido en Chapinero.
La voz es polifónica: De vendedor ambulante, de telegrafista, de piloto de aeronaves nucleares.
La piel, qué lío, es amarilla,
teñida por las lluvias de Camboya.
Y el corazón, le late putamente fuerte.
Así se ve Dios.
lunes, 5 de agosto de 2019
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