Camino a casa decidí buscar un espejismo,
en las piscinas olímpicas donde nadábamos
buscando el fondo de la vida
y dónde huíamos de la soledad del invierno.
Allí donde no pudimos abrazarnos,
lugar que nos hizo espectros separados
por el espacio y el tiempo.
Elegí un espejismo que prometiera un amor,
que cogiera de la mano y descendiera al fondo del agua.
Elegí otro, otro y otro
para que no hubiera dudas que bajo una lluvia
de flores amarillas,
se puede creer que las palabras que acarician el corazón
son auténticas toallas húmedas
y no puñales que susurran nombres de alguien más.
Elegí ver agua en una duna
ante la dureza del desierto
y la entereza de los camellos
cuyas siluetas alargadas me preguntan
si no me apetece seguir caminando.
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