I
Hace poco conocí a Stuart, un británico con 20 años en Barcelona, que decidió acompañarme a comprar toallitas húmedas al Mercadona. Hablaba castellano perfecto, Nos conocimos en una banca contándonos historias durante horas bajo una lluvia de flores amarillas. Luego bebimos cerveza y cada vez que yo pensaba algo, era como si él leyera mi mente. Era impresionante el nivel de percepción que tenía, ni siquiera mi familia me lee tan bien.
Como soy tan caótico, le llené su casa perfectamente limpia de arena. Estuve en Mar Bella y no tuve tiempo de retirarme los cientos de granitos de la maleta y el cuerpo. Caída la tarde, me contó que aunque su casa era ordenada, había cosas en las que era muy desordenado. Me lo dijo con cierto tono de frustración y angustia.
Estuvo ocho años casado con un brasileño y hablaba con su gatita Moe en portugués. Ella dormía curiosamente al lado opuesto de la cama. Él elegía siempre el derecho. En el fondo de mi corazón sentí que a sus 38, estaba intentando vivir libremente o cerrar un capítulo, que algo en el corazón le hacía ruido y aunque su matrimonio fracasara, su corazón estaba al lado de su ex. Además, es como si la gatita, adoptada de un refugio, hubiera encarnado el arquetipo de ese gran amor.
No nos vimos el domingo y prefirió no intercambiar medios de comunicación personales. No sé por qué sentí una tristeza familiar, una nostalgia, un deseo de protegerlo y salvarlo a nivel emocional. Ese instinto mío de rescatar hombres abandonados y destruidos que me ha ido erosionando el alma.
De eso se trata este post, de los hombres que tienen las puertas cerradas. Intento entender por qué coincido con ellos y por qué me toca una fibra tan profunda del corazón su estado de vulnerabilidad aunque su vida parecería estar en orden.
II
Por estos días estaba saliendo de una situación horrible con Emre. Su novio le terminó hace poco y a pesar de haberme dicho en diciembre que sólo vibrábamos como amigos, me contactó con preguntas extrañas sobre si estaba dispuesto a tener una relación con él, casarnos y tener hijos. Mi respuesta fue que no. Creo auténticamente en el amor y no quisiera bajo ninguna circunstancia llenar el miedo a la soledad de un hombre. No son lo mismo.
Enfadado se marchó de mi vida, cosa que agradezco, pues su toxicidad iba en aumento.
Nos conocimos en Múnich, cuando él apenas ingresaba al mundo gay, universo lleno de personas rotas haciendo lo mejor para vivir una vida feliz. Solíamos ir a la piscina olímpica, tomar café con vistas a los Alpes y me enseñó el café Mokka. Una vez me contó que su jefe en Estambul se enamoró de él. Tenía esposa e hijos, así que decidió despedirlo. Él experimento naturalmente una depresión y se fue a Alemania.
A medida que nos acercábamos más intensamente, me dijo que sólo quería conocer chicos y experimentar. Para la navidad se fue a Turquía y yo me quedé solo. La Oficina de Extranjería de Múnich emitió mi permiso de trabajo y debí mudarme a 400 kilómetros de distancia para seguir luchando por mi futuro. Me fui un día antes de que él regresara a Alemania.
Desde entonces ha sido un va y ven de contacto y no contacto. A veces me quería ver, a veces me eliminaba de sus redes sociales, a veces me decía que yo sería la persona con la que concebiría una relación a largo plazo y a veces sencillamente me eliminaba de su vida. Siempre respeté sus relaciones y nunca fui un tipo tóxico o manipulador.
Recuerdo cuando visité su apartamento en Berlín, estaba muy limpio y las sábanas se sentían bien. Sentí ternura por él y no lo voy a negar, una parte de mí siempre quiso protegerlo. Quería protegerlo de los abandonos, de los hombres que se acuestan con otros y luego los botan como un papel desechable. Quería que no pensara con nostalgia en mí, que supiera que yo estaría iluminando suavemente sus aciertos y desgracias. Quería darle lo que no tuve durante todos estos años de lucha en solitario y me equivoqué porque nunca me protegí del daño que eso podía causarme.
III
Mauricio es uno de los hombres más importantes de mi vida. Lo conocí cuando yo tenía 25 ó 26 años. Vivía en un apartamento compartido con amigos en Nicolás de Federmán. Nos vimos por primera vez en Grindr, nos conocimos frente a la clínica del barrio y en la segunda cita fuimos a ver una película. Fue absolutamente dulce desde el primer momento. Me gustaba el olor de su cuerpo y cómo abrazaba el mío en las noches. Sentía que mi acostumbrada ansiedad desaparecía y en las mañanas él hacía el desayuno para los dos.
A medida que pasaba el tiempo le pregunté por su pasado pues casi nunca hablaba de él. Había vivido con un profesor de Química de la Universidad Nacional que en dos ocasiones le puso los cuernos con estudiantes. La segunda vez le terminó.
Mauricio se veía feliz, tranquilo, con la vida bajo control, tenía un cuarto limpio y amaba su profesión (era fisioterapeuta). Era Sagitario como Stuart. Sin embargo, yo sentía en la atmósfera cierta tristeza, cierto dolor profundo que no le contaba a nadie. Sentía que aún en su alma estaba ese profesor y aunque me quería querer sinceramente, algo no se sentía del todo bien.
Fui feliz en sus brazos pero nunca me enamoré. Además cuando comenzó a presentar actitudes extrañas, decidí marcharme. Una parte de mí también se conmovía por ese hombre amoroso, entregado y perfectamente funcional que llevaba un año cargando con la soledad. Dos años después elaboré la tusa, lo pensé más que nunca y coincidencialmente, él terminaba con su entonces novio en Costa Rica. Nos seguimos en Instagram pero nunca hablamos.
IV
Detrás de estas historias estoy yo y no he podido parar de preguntarme ¿por qué doy con tantos hombres cuyas puertas del corazón están cerradas? ¿Por qué siempre hay un fantasma entre nosotros susurrando palabras que llevan a recuerdos y de los recuerdos al alma? Es cierto que todos tenemos un pasado pero ¿por qué yo sí puedo vivir intensamente mi dolor y seguir adelante, mientras tantos hombres se quedan años estancados en otra historia?
A menudo me juzgan por no tener relaciones estables y duraderas pero ¿qué tendría que haber aceptado para que esos imposibles fueran viables? ¿Desamor? ¿Desconexión?
Mientras estaba en Turquía, cerrando un capítulo, escribía que a veces el amor era como sembrar rosas en un desierto y quizás esa es la responsabilidad que me corresponde, ser consciente cuándo sencillamente la puerta está cerrada y no tiene sentido abrirla. No obstante, es difícil que me guste un hombre, entonces ¿por qué me tienen que gustar los heridos, los abandonados, los resistentes?
V
Respecto al tema del "yo"y mi historia personal, hace poco soñé que yo tenía unas alas inmensas y un complejo industrial estaba experimentando una catástrofe. Veía a un niño tendido en el suelo en posición fetal que cerraba los ojos con angustia. Estaba indefenso y nadie podía protegerlo. Yo lo colgaba sobre mi espalda y aleteaba hacia el techo. Lo hacía con esfuerzo, al punto de que casi toco el techo pero se me dificultaba cada vez que me acercaba más. En ese momento me desperté.
En invierno me vi con mi amigo Martín en Ingolstadt y le conté lo que pasaba con Emre, a lo que él respondió "muchas veces queremos darle a alguien, lo que no tuvimos nosotros". Y quizás ese deseo de salvación es una proyección de las muchas veces que quise que alguien me cuidara. Atravesé casi toda mi vida con silencio y un exceso de valentía pruebas en solitario. Durante la pandemia y tras una migración difícil, antes de dormir, solía abrazarme duro antes de dormir y susurrarme "me tengo a mí mismo y es todo lo que necesito".
Quizás esa sea la clave para entender mis elecciones, mi deseo de salvar a alguien más. Quisiera evitarles la desazón que tantas veces sentí. Y a pesar de lo triste que pueda sonar, me alegra saber que ahora yo soy el de las alas, lo cual quiere decir que a pesar de mis errores y mis experiencias de dolor, aprendí a volar fuerte y por eso estoy donde estoy.
Necesitaba escribir en este blog como en el pasado, con total libertad, cosa que dejé de hacer en el momento en el que mi familia lo encontró y lo comenzó a leer con su típico morbo telenovelero. Sin embargo, este blog sigue siendo mío y a pesar de la tristeza, creo que en mi mundo secreto también hay muchísima belleza. Mis historias de amor siempre están acompañadas de flores amarillas, estatuas de venado y ojos cafés con reflejos verdes.
Extraño a mi lectora, que quizás me aconseja desde el cielo y agradezco por la otra, con la cual seguimos en contacto. Gracias a los que me leen desde el secreto que es la vida de un hombre gay. Para vivir una vida como la mía hay que tener agallas. Y precisamente, me comienza a agotar ser siempre el valiente de esta historia.
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