domingo, 30 de octubre de 2016

Lentejas Tibias

Aprendí camino a casa
que la vida no debe ser un sesudo rompecabezas
sino un camino tejido a pulso.


Y tras los primeros golpes
descubrí que en la herida hay dolor
y en las cicatrices historias.


Después de todo somos relatos
de múltiples voces
y con innumerables facetas.


Desperté a la sencillez de una mañana victoriosa,
a un plato de lentejas tibias
y al sabor del té africano.


La alegría es para valientes
y hoy es un día oscuro
pero no por ello soy un derrotado.


Me rehúso a la mirada perdida,
al abrazo tardío,
a la vergüenza,
a la culpa,
a la madrugada amargada,
al humo en los pulmones,
a las risas fingidas,
al sexo sin orgasmos
y a no recordar los nombres de quienes me aman.


La vida se debe celebrar
como los viernes:
En ese pub irlandés
con rockeros guapos,
empanadas
y bebidas.


martes, 18 de octubre de 2016

El Pánico

Era uno de ésos hombres que se levantaba excitado. Pero esta vez, el pavor le había robado el derecho al placer que brinda la cotidianidad. Abrió los ojos y tras bostezar, notó con curiosidad no haber escuchado su propio aullido. Se sentó en su comedor blanco e intentó tomar café de una taza desportillada.Sintió ardor en la comisura derecha de su labio, se había cortado. Intentó maldecir a la humanidad, tomó aire y sintió un rechiflido salir de su garganta. Antes de la angustia, le encontró momentáneamente sentido al silencio de la madrugada. Y después, el pánico de saber que su silencio sería largo.

El Pánico

Era uno de ésos hombres que se levantaba excitado. Pero esta vez, el pavor le había robado el derecho al placer que brinda la cotidianidad. Abrió los ojos y tras bostezar, notó con curiosidad no haber escuchado su propio aullido. Se sentó en su comedor blanco e intentó tomar café de una taza desportillada.Sintió ardor en la comisura derecha de su labio, se había cortado. Intentó maldecir a la humanidad, tomó aire y sintió un rechiflido salir de su garganta. Antes de la angustia, le encontró momentáneamente sentido al silencio de la madrugada. Y después, el pánico de saber que su silencio sería largo.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Sin Palabras

La palabra, decía mi profesor de literatura, se hizo para detener las cosas en el tiempo. Uno de los personajes de Rayuela, luego diría que la palabra se hizo para destruirse a sí misma.

Un día el país, la familia y uno mismo, deja que se cultiven ríos bajo tierra, que son como venas que viven en una angustiante tranquilidad. Porque basta un huequito, sólo una pequeña herida para que se abran y revelen todo lo que ocultan. Y lo que cargan no es menos escandaloso que lo que exhiben.

Entonces los acuíferos rebosan, las venas brotan hemorragias, las personas explotan, el país se va al traste y uno se queda sin palabras. 

Y debe haber alguna, en el diccionario que describa lo que uno siente, el limbo de la vida misma, la antítesis del proyecto occidental de la existencia de un ciudadano.

Quizás uno es la palabra, porque está detenido en el tiempo. Y de alguna forma, se autodestruye. Una nueva versión del hombre erguido de Kafka, salvo que sus personajes luchan por dejar de ser una cucaracha. En mi caso, no lucho por dejar de ser palabra, fantasma. Simplemente, como los inmortales de Borges, busco una salida del laberinto.

domingo, 2 de octubre de 2016

Ensayo Sobre la Esperanza

Vine a este mundo en un año en el que los jóvenes se habían revelado frente a una constitución católica, racista y retrógrada. Un carácter lleno de esperanza motivó a unir las fuerzas ideológicas de la nación y a construir un documento que abrazara a los oprimidos y a los olvidados. Se habló de ambiente, se habló de paz y tras la firma del acuerdo con el M -19, apenas un año antes, parecían resplandecer nuevos principios para una nación azotada.

Soy de los colombianos que nunca caminamos campos minados, ni bebimos agua envenenada por algún grupo armado, de los que nos desplazábamos por las calles aterrados de la delincuencia común e inconscientes de lo que tras las montañas custodias sucede. Mis problemas eran mi color de cabello, que me subiera de peso, que estuviera solo o no ser popular.

Sin embargo, nunca dejé de ver en el noticiero reportajes sobre personas degolladas, niños mutilados y aviones que lanzaban químicos y bombas. Alimenté a través de relatos el dolor ajeno, la sombra delineada de las cicatrices de las paredes tras un tiroteo. Supe entonces, que la guerra no me había tocado por una cuestión de fortuna.

Bogotá la inmaculada, la ciudad que veía la violencia como algo que había sacado de sus muros medievales, vio cómo en el atentado del Club el Nogal, hombres de todas las clases sociales saltaban horrorizados huyendo del fuego que había causado una bomba oculta en un carro parqueado en las fauces de la lujosa construcción.

En un intento nauseabundo por acallar las fuerzas de la infamia, por calmar a la bestia que surgió de las inconformidades sociales, el entonces presidente Andrés Pastrana comenzó un acuerdo de paz en el que cedió parte del territorio colombiano a los grupos de guerra de izquierda.