miércoles, 29 de abril de 2020

Guerra

Tú que habitas en las manos de los padres que maltratan a sus hijos,
en la inseguridad de cientos de mujeres que fueron trofeos de campañas,
que estás marcada en la piel de los adultos que fueron jovencitos
y tuvieron que saltar corriendo de un bus que los llevaba a la selva.

Mírame a los ojos y dime,
si hay herida que cierre,
si hay futuro para el herido.

Mírame y dime si los ojos trirraciales,
ocultos en palafitos, en casas con techos de zinc o clubs carbonizados,
podrán ver algún día estrellas que no sean testigos de la sangre.

Tú que miras a los hombres como presas,
dime cuánto tiempo pasa
para que dejes de comernos.

martes, 28 de abril de 2020


Una de mis jefes me comentaba que uno elige la carrera y a uno el trabajo le toca. Tenía razón. Para las personas que le damos muchas vueltas a la misma pregunta, a menudo tomar el camino indicado no es sencillo. Más cuando tengo dos hermanos que se la jugaron por sus pasiones: Uno de ellos es piloto y el otro es artista. Apenas me gradué, envié tres aplicaciones: Biología a Los Andes, ecología a la Javeriana y Arte a la Nacional. Mi Internet andaba fallando y luego me enteré que nunca llegó mi aplicación a biología, en ecología apliqué tarde y en arte una protesta malogró mis planes. El siguiente semestre, envié mi aplicación a ingeniería ambiental y aquí estoy, soy ingeniero aunque nunca me propuse serlo.

Desde el principio noté que en el voluminoso edificio Mario Laserna, me pasaba día y noche estudiando, sin hacer mucha vida social, con compañeros con una visión del mundo algo distinta. Nunca me sentí plenamente ingeniero a pesar de que destaqué por encima de otros, a pesar de mi salud mental. Sólo al final, cuando las materias cobraron un sentido de mayor colegaje, me sentí atraído hacia la toxicología y las sustancias tóxicas. Y de alguna manera trabajé en su detección. Hoy pienso que perdí mucho tiempo, que en vez de sufrir tanto, habría podido curiosear en algo que me llenara el corazón pero el costo de la matrícula me aterraba y terminé graduándome en un país donde todo es incierto.

Luego de meses de desempleo, pasé a trabajar en salud, seguridad y ambiente con chinos de una multinacional que poco o nada le interesaba el tema. No era feliz. Y finalmente, pasé a un trabajo con el estado, debo confesarlo, gracias a una exnovia de mi hermano. El trabajo era básicamente responder oficios y hacer todas las cosas administrativas que al resto del equipo no se le antojaban. Hice más, me frustraba quedarme en eso. Fundé una red de laboratorios ambiental en Colombia, participé en una política nacional de laboratorios, colaboré con la comunicación interinstitucional de aguas de lastre y con el tiempo, me volvieron auditor. Allí debí resistirme a la corrupción y sin ser un santo, me gané toda clase de enemigos, bajo todas las formas de poder. Recuerdo que llegué a Medellín a auditar y el dueño me dijo: "yo ya hablé con el coordinador y soy amigo del senador Pepito de los Palotes". Se molestó cuando me sostuve en exigirle que calibrara sus equipos. De esa experiencia, sólo recuerdo con cariño los microscopios y las algas que estaban siendo contadas.

Yo tenía la creencia que a medida que uno iba derrotando sus demonios, la vida se hacía más sencilla. Vine a Alemania y me encontré con una vida chaplinesca. Y luego una tormenta, luego, una pandemia, luego el desempleo, después un semestre virtual y el espacio aéreo cerrado. 

Entonces vale recapitular ¿es este mi camino? De niño, a diferencia del adolescente que fui, amaba jugar y divertirme. No hacía mis tareas. Me gustaba caminar por la hierba, reunirme con mis amigos y pensar que la vida no necesitaba mayor preocupación. El tiempo se me pasaba rápido y ya era de noche cuando terminaba. Quizás sea ése el problema: Que sigo creyendo que hay alguna actividad, una forma de vida que se parezca a jugar y que no signifique otra cosa para mí más que diversión. En eso admiro a los actores o a los cantantes. Sus vidas no transcurren frente a un computador. Su profesión ocurre en la voz, en el cuerpo y en el mejor de los casos en el alma.




viernes, 24 de abril de 2020

Se Marcha un Monje en Primavera

Nuevamente el médico de la aldea corría la sotana delicadamente y ponía el fonendo sobre el pecho, mientras los folículos se excitaban a su alrededor formando un círculo y levantaban los cabellos oscuros, presos del frío metálico. En medio de las virutas azules del incienso y bajo mirada atenta del gato, repetía que no era clara la taquicardia pues no había irregularidades, problemas de colesterol o problemas de saturación. El director de la comunidad miró hacia un lado, le pagó, le dio las gracias y lo despachó. 

En el templo lo tomaron como una simple enfermedad, hasta que los estudiantes que dormían a su lado se quejaron de que en las madrugadas se despertaban oyéndolo revolcándose en su cama, intentando despertarse. El supervisor lo citó en un salón de madera, en el que el viento esparcía el aroma dulce de la madera añeja de los pilares. Lo reprendió, como quién no quiere la cosa y cuando sintió el aroma a berenjenas, cerró sus ojos y se marchó. Tenía mucha hambre y nunca fue su costumbre privilegiar algo por encima de la hora del almuerzo. Sólo los mayores saben que ya iniciando sus estudios, se levantaba de las meditaciones buscando en la cocina los tallarines que vibraban al son de la música del agua ebullendo. No importaba cómo lo castigaran, su cuerpo se movía con parsimonia y suavidad hacia la cocina, como el agua hacia el cauce. Y tal vez por eso se hizo supervisor: Se sabía de memoria todas las penitencias, todos las reprensiones, todas las formas de maltrato, todos los escondites que un novicio podía buscar. Sólo perdonaba una cosa: La gula.

Los problemas persistieron y tras las quejas, algunos maestros le reclamaban directamente. El gato que era el más nervioso, en lo profundo de la madrugada, solía quedarse mirándolo fijamente como los monjes cuando meditan mirando la pared. La poca luz de las estrellas, modeladaba los plieges de sus sábanas que se movían de lado a lado. Parecía en un manicomio, se abrazaba a si mismo con fuerza, cerraba los ojos, cambiaba de lado y se levantaba con la frente llena de gotas. Era totalmente desafortunado considerando su buen desempeño. Cuando llegó al templo, tras atravesar las puertas de metal, el director supo de inmediato que se convertiría en su reemplazo. Una pequeña joroba, una cajita de libros y el indiscutible olfato del gato para las personas, lo convencieron de que era un monje apropiado.

Las clases para el novato transcurrieron regularmente, de salón en salón, llenándose de teología, de técnicas, de idiomas que no eran vernaculares, de teorías de la creación del universo, de libros con olor a siglo antepasado, de medicinas olvidadas, de demandantes lecciones sobre el alma y el cuerpo. Sus síntomas comenzaron momentáneamente, de un día para otro, sin dar mayor explicación. Los primeros días, pensó que se iba a infartar. Luego, comenzó a entender que era un mal crónico. Si unos sufren de amor, otros sufren de diabetes mientras a él, le faltaba dormir o soñar.

Uno de sus vecinos de sueño, venía de una provincia vecina y estaba al borde del colapso por la situación. Frente a la que para él, era una inoperancia de la comunidad, se retiró unos días a su casa en las montañas. Era grande, de madera y con patios interminables en forma hexagonal. Al final del pasillo, ante la mirada sorprendida de su padre, le comentó que llevaba meses sin dormir. Y la respuesta del general, no podía ser otra más que una amenaza de destrucción: "Si en 8 días, no logran hacer que todos los monjes duerman, quemamos el templo".

La paz de los patios se lleno del sonido estruendoso de los soldados que a menudo hacían bromas sobre la fisionomía de los monjes. Caída la noche, algunos de ellos seducían a las cocineras, mientras otros, esperaban de pie en los cuartos comunes y se percataban de cualquier diferencia en la posición de los monjes. Al pobre novicio, nadie lo habría descubierto, de no ser porque el gato, extrañando ver el espectáculo de contrastes, se le aproximó lentamente y maulló. A pesar de su quietud, sus ciclos respiratorios y la vibración de los pliegues de sus sábanas lo delataban, no estaba durmiendo.

Un director es un director, se dijo a sí mismo el anciano monje mientras se rasuraba. Se sentó en el suelo y le dijo al que pudo haber sido su sucesor: "Hice todo lo posible. Eres tú o el templo". 

Antes del alba, el gato serpenteó entre los pilares del patio y miró fijamente a la encargada de las ceremonias, darle una tablita con unos símbolos ilegibles. No hubo música, tampoco cartas de despedida. Sencillamente se abrieron las puertas, que cientos de viajeros, invasores, monjes, carteros, políticos de turno, científicos decepcionados, militares retirados, amas de casa sin hijos, viudos, navegantes cansados y examantes habían cruzado. Se cerró lentamente detrás de él.

Una pequeña lágrima corrió por su mejilla, no hacían falta más. Y se enfrentó a las inmensas montañas azules de primavera, a la incertidumbre de no tener destino. El camino a casa era tan largo, que tras pasar algunas aldeas donde le ofrecieron tallarines empapados en sopas vegetales, el cielo se oscureció. Y durmió profundamente, su corazón no palpitaba agitado.


Plasticidad

Son momentos oscuros pero de ninguna forma se asemejan a otros períodos de la historia de la especie humana. Recuerdo que en una conferencia de un biólogo evolutivo, comentaba que se estimaba que la plasticidad del cerebro humano, clave para la explosión humana en términos de control del ambiente y reproducción, coincidía con uno de los peores momentos de la historia. En esa época, por causas aún no esclarecidas, nos redujimos a 300 000 individuos. Esa cifra coincide con la de un pueblo pequeño en América Latina. Todos los humanos que había sobre la faz de la tierra, en ese preciso momento, no llenaban una ciudad. 

He procurado meditar con más frecuencia y manejar el miedo. Y quizás ésa sea la lección para esta época de la humanidad. No creo que nos reduzcamos a 300 000, vamos no es la peste negra. Pero sin duda quedará una huella en la economía y en la historia ¿cambiarán nuestros cerebros?


jueves, 23 de abril de 2020

Deutsche Leute

Además de los estereotipos, me gusta de Alemania que es más que "personas cumplidoras de la ley". Son emocionalmente impredecibles, no dan señales. Se mantienen dedicados a sus responsabilidades durante días y de un momento a otro explotan, llenos de ira. Lo confirmé con una amiga colombiana que lleva viviendo 2 años acá. Me confesó que era una de las cosas que más le sorprendía. Un colombiano avisaría, daría señales y luego estallaría.

Es cierto que son puntuales pero no como en las películas. No son unos inflexibles, incapaces de hacer concesiones. Y de lunes a viernes se dedican de manera casi sufrida a sus deberas. Pero los sábados se emborrachan hasta el cansancio. Caminan intoxicados por los metros, se arrastran y buscan riñas en las calles.

Creo que todos somos humanos, sólo que unos lo reprimimos más que otros. Y sí, ellos son "ricos". Pero tienen la pobreza europea: La de la señora que no tuvo educación superior, hace masajes y para poder viajar a Indonesia a fin de año, vive de manera casi precaria en un apartamento de 1500 euros de renta. 

También es cierto que cuando una pandemia los ataca, su sistema no sabe muy bien cómo reaccionar. Porque así como los colombianos vivimos bajo la fantasía de la "felicidad", que nunca nos llega, ellos viven la fantasía de la "estabilidad", que siempre se les destruye.



domingo, 19 de abril de 2020

La Segunda Crisis, Coronavirus

Esta es la segunda crisis económica mundial a la que me enfrento en mi vida profesional. No me puedo quejar, me ha ido mejor que a otros, no estoy en la calle, comiendo de la caridad. Aunque sí debo reconocer que agota un poco. Que lo deja a uno con una desesperanza absoluta en el sistema.

Recuerdo que recién egresado, los precios del petróleo se habían derrumbado. Duré casi 8 meses enviando hojas de vida desesperadamente, hasta que logré encontrar algo. Ese cargo, además de estar "sobrecargado", era muy mal remunerado. Solía pensar en mi futuro y preguntarme si las cosas siempre serían de esa manera. Le cogí un terror inmenso a quedarme sin empleo en cualquier momento de mi vida.

Estuve trabajando fuerte otro par de años. Tolerando un poco más de lo mismo: La sobre explotación típica en los empleos colombianos. Tras intentar becas (que también escaseaban), sentí que ya era algo tarde para comenzar una maestría pero aún así me arriesgué.

Vine a Alemania con mucho miedo. Sin un alemán fluido (culpa mía), con origen de América del Sur, sin parientes, sin nada. E intenté hacer lo mío, seguir persistiendo. Mañana comienzo oficialmente clases. Debo decir que me incomoda algo que sean virtuales. Me parece una pérdida de dinero estar en Múnich sin trabajo, para recibir lecciones en línea. 

Estos días, como el resto, he estado medio atrapado. Viendo cómo e pasa la primavera por mis ojos. He procurado, no poner mi mente a dar vueltas sobre los temas de siempre. En el encierro me enloquecería. He buscado dormir mucho y meditar. Quizás ayude. Además, he enviado hojas de vida y he intentado estar tranquilo a pesar de los vaivenes de la parejita de rusos que viven en el apartamento.

Mi mamá me dice que hay que agradecer por todo y tiene toda la razón. Tengo comida y techo, que en un mundo tan poco humano, es más que un privilegio. Sin embargo, siento que pertenezco a una generación a la cual le arrebataron casi todo. Que le exigen independencia pero sólo le ponen cargas. Que la han hecho con sus condiciones precarias, pagar los desaciertos económicos de los poderosos. Tengo un miedo calmo y desanimado de que quizás seamos un grupo generacional que se incline a la anarquía radical. El sistema nos quitó todo.

miércoles, 15 de abril de 2020

Otra Vida

Tengo la creencia en otras vidas. Y como su nombre lo indica, es una creencia, no tiene sustento científico. La heredé de mi mamá, como la mitad de las cosas de mi psicología. Aparte de la xenoglosia en niños pequeños o los deja vu, no conozco mucha información que la respalde. También debo confesar que en más de una ocasión he tenido experiencias difíciles de explicar que podrían sugerir la reencarnación como una buena explicación. 

Pero a veces me gusta fantasear con una vida en paz, tranquila, a ritmo pausado, sin tantos obstáculos y preocupaciones. Debo confesar que con los tropiezos (propios de todas las experiencias humanas) se aprende demasiado. A menudo me pregunto ¿cuándo llega el período de disfrutar, de explorar, de descubrir? ¿Existe esa época o es una fantasía que cargamos todos los humanos y nunca se realiza?

El Elogio a la Dificultad de Zuleta o las reflexiones sobre la crisis, no ayudan. Concebir "la otra vida", para los religiosos materializada en el "paraíso", vale la pena, por lo menos para tiempos extraños, en los que la calma parece una utopía.

lunes, 13 de abril de 2020

Alexander von Humboldt: El Anhelo por lo Desconocido, Maren Meinhardt (29/100)

Traje este libro, intentando conocer mejor la travesía del joven Prusiano, Alexander von Humboldt. Es un libro corto, comparado con algunos de sus primos. No obstante, es suficientemente ilustrativo para dar brochazos del recorrido de Alexánder por el Nuevo Reino de Granada.

No sobra decir que su paso por América del Sur marcó un hito, a tal punto que el instituto de investigación de biodiversidad de Colombia, lleva su nombre. Eso, además de una corriente del Pacífico y una de las geoformas de la ciudad de Bogotá (el valle de Humbdolt). Su importancia científica ha sido elevada al punto de que Alemania celebró sus 250 años con exposiciones, publicaciones, reuniones y eventos culturales alrededor del globo terráqueo.

Con la visión romántica de su época, uno estaría tentado a pensar que Humboldt era un díscolo que oscilaba entre sus romances y una curiosidad tierna e ingenua por la ciencia. A veces da la impresión que sus mediciones fueron de gran importancia pero que él no siempre entendió la profundidad de todo lo que había presenciado. Su libro "Cosmos" que pretendía lograr sintetizar el inmenso mundo que había captado, no alcanzó a ser terminado. Sin embargo, al leer este documento, descubrí que había trabajado en las minas y que había creado una lámpara que disminuía los accidentes por la acumulación de gases. Algo de genialidad práctica había en su interior para poder administrar un negocio tan complicado como la minería.

En la catedral de sal de Zipaquirá aún recuerdan los consejos que dio para construir las canteras. Yo pensaba que era un verdadero genio, creía que era una especie de erudito en varios de los temas. Suponía que había pasado varias horas estudiando el universo desde un escritorio. Con este libro descubrí que en realidad había estudiado en la universidad de Gotinga, con la reputación de ser apta para los más flojos, hecho que pude confirmar este febrero, tras trabajar con un austriaco que había hecho su doctorado allí (y su pregrado en Boku). Recuerdo que comenzamos a hablar de plantas y en algunas ocasiones no tenía muy clara la identidad y la fisionomía de algunas. Nadie está obligado a hacerlo pero resulta vergonzoso para un "académico" de la tala de bosques. Espero que no me odies, Peter, si algún día lees esto. Al margen de mi experiencia, confirmo que en parte que Alexánder sí llevaba su romanticismo al punto de desligarse de los más básicos filtros de la sociedad académica. La autora afirma que nunca presentó un examen. Entonces ¿cómo alguien que basaba su reputación en enviar cartas y engatusar a científicos, logró ser uno de los científicos más importantes de Alemania?

Quizás porque redescubrió las ciencias y también estuvo rodeado de lo mejor de ellas. Tanto en su paso por Inglaterra, como en Alemania, en Estados Unidos y en el Nuevo Reino de Granada, tuvo la posibilidad de rodearse de los científicos más prominentes. Y a manera de reconocimiento, como lo ha dicho el mismo Alberto Gómez Gutiérrez, fue un personaje fundamental en la construcción de redes humanas que al final, son redes de conocimiento. Se podría decir que en su recorrido por Europa, logró rodearse de mentes brillantes, por ejemplo el científico que descubrió la fórmula química del H2O.

Una vez (por coincidencia) en América del Sur, su viaje implicó senderos fascinantes, desde Cumaná en Venezuela, pasando por el Orinoco,  después por la colonial y caribeña Cartagena, a través del elongado río Magdalena, hasta la fría Bogotá y finalmente Ecuador con su imponente Chimborazo. En ellos describe las misiones de franciscanos y jesuitas dedicados a tomar los huevos de tortuga y a hacer aceite. Es preciso al indicar que los indígenas que no han sido conquistados están llenos de dignidad y es fascinante la manera en la que logró presenciar el espectáculo de algo que para los españoles, no había sido más que una colonia. Es precisamente en las características de su recorrido donde aprecio su aporte científico, su proximidad al humanismo y su capacidad, desde la nobleza europea, de mirar el mundo con ojos de explorador.

Con los documentos que he leído de Humboldt me queda el sinsabor de que no siempre le reconoció a sus compañeros su aporte intelectual. No se sabrá si fue Caldas quién más aportó a la geografía de las plantas, si le Bonplant fue quién realmente permitió el desarrollo maravilloso de la identificación de las plantas o si sus encuentros con Mutis, le permitieron intuir la grandeza de lo que iba a descubrir. No se puede negar que su impulso de llegar a territorios difíciles con complejos instrumentos de medición permitió tomarle una fotografía a una región geográfica que demandaba ser investigada. Pero me llevo la sensación de que en su consecución de logros personales, no siempre fue sincero al referenciar las grandes ideas de las que se rodeó.

A pesar de que sus impresiones no han sido libres de críticas, pues el mismo Ernesto Guhl Nimtz en su libro "Los Páramos de la Sabana de Bogotá", critica su visión obtusa sobre uno de los ecosistemas más importantes del país, es de valorar y por qué no, aplaudir, el hito que marcaron Goethe y Humboldt, en la percepción de la ciencia y los estudios, como un descubrimiento florido de la realidad. Ya de estudiante, Alexánder experimentaba la aplicación de electricidad en sus propios nervios para descubrir el funcionamiento de los cuerpos y su anatomía. Y siendo minero, se lograba fijar en el color intenso de los helechos al interior de los túneles oscuros, en la sorprendente ausencia de luz.

Creo que personajes como Thomas van der Hammen (cuyo nombre fue puesto sobre una reserva al norte de Bogotá), heredaron esa pasión por el descubrimiento del mundo. Como lo diría su hija, María Clara, los científicos tienen el inmenso privilegio de explotar su curiosidad.

Del libro me gustó el esfuerzo por hacer una lectura fácil y entretenida de un viaje (y una época) que no es sencilla de interpretar. Por otro lado, me fastidió un poco la narración insinuadora sobre la sexualidad de Alexánder, constantemente haciendo preguntas al aire, sin nunca formularlas de manera directa y sin pudor. Si Humboldt era pansexual, bisexual, homosexual, o lo que sea, claramente es interesante pero creo que entre adultos esas preguntas se pueden hacer de frente y sin miedo.

sábado, 11 de abril de 2020

Grito a la Vida



Una razón para abandonar mi trabajo en Colombia, tenía que ver con una batalla interna con un corrupto. Yo era un auditor asistente, me encargaba de velar por la información ambiental del país. Mi jefe velaba por sus intereses y dado que rara vez permití que se saliera con la suya, usó la estrategia más antigua de coerción: Matar de sed. Me ponía volúmenes de trabajo excesivos, poco comparables a los de mis compañeros, me pedía tiempos irrealizables, me pretendía conducir de todas las maneras posibles al aburrimiento, inclusive, alguna vez me mostró una convocatoria al Servicio Geológico Colombiano. Y viendo otras orillas, decidí seguir estudiando. Quién pensaría que me tocaría pasar por las pruebas que Alemania le pone a sus visitantes y que una pandemia me aguardaría a la vuelta de la esquina.

Nuevamente en la academia, me doy cuenta que uno con los años se va volviendo más resabiado. Me dan pereza los profesores que tienen un trauma de juventud y desean demostrarle a sus estudiantes cuán inteligentes son. Me aburren de sobremanera los que hacen exámenes difíciles, imposibles de aprobar. Ésos, que constantemente enfatizan en sus complicados laberintos mentales. Y para ser sincero, no los envidio, les tengo compasión. Yo sé más que nadie la soledad que implica una mente aguda.

A medida que uno se acerca a los treinta le dejan de importar muchas cosas. Entre ellas el qué dirán. Y a uno le comienza a saber a cacho hacer de las experiencias motivo de sufrimiento. La vida en sí misma es sufrida, no hace falta hacerla más difícil. Por eso pienso que la pedagogía y la academia misma, deberían pensarse desde la pasión de Goethe o del mismo Humboldt. Ellos dos, vestigios de un siglo en el que los hombres deseaban sorprenderse con la vida. Y así lo hicieron, así lo hizo Humboldt, atravesando un océano y una vibrante Orinoquía. Subiendo montañas, estudiando cráteres, analizando plantas, haciendo el amor, visitando botánicos, viajando... Conociendo el mundo. Quizás una experiencia plena tiene más mérito que arrastrar heridas personales a auditorios estériles, enseñándole a odiar el conocimiento a jovencitos inocentes.

Así concibo las ciencias de la tierra. O más bien, así quiero concebirlas. Y es que cuando pienso en ellas no se me viene a la mente Darcy o Mendel. A mi mente llegan Thomas van der Hammen y sus descorazonadores de sustratos bogotanos, Ernesto Guhl Nimtz y sus páramos de la sabana, Humboldt y su recorrido desde Cumaná hasta Ecuador, Darwin y su travesía por el estrecho de Magallanes, Brigitte Baptiste y su viaje por el género y la biodiversidad. Hay ciencias a las que les queda muy mal quedarse atrapadas en paredes de concreto, mientras hablan del movimiento de las olas y los remolinos del cielo.

Y como resultado de tanta chochera en los últimos años, por lo menos en Colombia, cada vez son menos los que quieren estudiar una carrera profesional. Los profesores que pensaban que su cargo era una silla real desde la que podían vomitar su mediocre método sobre futuros colegas, ahora ven su puesto tambalearse por causa de su falta de amor y de creatividad. No se espera de un maestro que sea "sobrehumano" y haga cosas impensables para enseñar. Simplemente, se espera que pueda transmitir algo de mística, algo de cariño, algo para recordar.

Insisto, uno se va volviendo viejo y ya no se aguanta las tonterías. Me he cansado de los horarios, de las formas, de la rigidez de las ecuaciones. Creo que las ciencias de  de la tierra deberían ser un grito a la vida y no un émulo vergonzoso de sistemas académicos pasados de moda en el que el elogio a la dificultad es sinónimo de calidad.

martes, 7 de abril de 2020

Yagé

Alguna vez tomé yagé. Estaba estresado. Abrí Facebook y vi que había una ceremonia en una maloka en Rosales (¿en Rosales?). Justo caía esa semana. Asistí, un par de chicos llegaron al punto de encuentro, hablamos tonterías una hora y me dijeron que la planta solía llamarlo a uno. Nos acercamos al lugar, era en las montañas, donde termina la ciudad. Y sí, era una maloka.

Trajeron a un cacique del Putumayo, había unos chicos que hacían música y había otros que se dedicaban a cuidar a las personas. La maloka estaba repleta. Hice todos los rituales de preparación: No consumir lácteos y no consumir carnes. El último día hice ayuno. Consumí la primera dosis y mientras mis compañeros se retorcían como lombrices, yo seguía de pie, sin sentir nada. Tengo una especie de resistencia a los alucinógenos. Quizás la única droga que rápidamente genera efecto en mi organismo es el alcohol. Me dispuse a una segunda toma y caí en "trance".

No "aluciné" propiamente. Cuando cerraba los ojos tenía una incontinencia de imágenes imaginadas. Así describiría el viaje. Y no me pondré a detallar todo lo que vi. Simplemente me genera curiosdidad una cosa. Durante esa distorsión de la conciencia, me vi como un reptil al que le faltaba aire y vi muchos fetos de flamingo que estaban desesperados por respirar.

Uno de los síntomas de la pandemia es que las personas tienen una respiración restringida. Sé que unir puntos es un instinto humano, a menudo erróneo. Pero es curioso que el efecto de no tener aire, que pensaba era mío, ahora es una cosa del mundo entero. Llevamos años ahogándonos.


viernes, 3 de abril de 2020

Me has dicho al oído,
con tu catástrofico sonido,
que las cenizas humanas vibran,
que amamos algo,
que no queremos ser olvidados.

Y esos lejanos existencialistas,
suicidas individuales,
frente al fenecer del mundo,
se vuelven silencio,
un signo oculto.

Cantamos a la vida cuando la perdemos,
porque pensamos que su misterio es más,
que su cotidianidad aburrida.

Vida, dolor...
Vida, amor...
Vida, lavar los platos.
Vida, hacer almuerzo.
Vida, tan poderosa.
Vida... Tan amenazada ahora.