"...Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión..."
Y es que no sé qué me pasa. Los últimos días he llorado por cualquier motivo. Un amigo mexicano me contaba su historia de desamor y mis ojos se humedecieron, especialmente cuando me dijo que extrañaba que su exnovio fuera el encargado de apagar las luces antes de dormir. Un colega renunció para buscar suerte en América del Norte y sentí su ausencia de manera profunda, mientras miraba por una ventana y me preguntaba si no era yo un ave enjaulada. Sé que llorar es un impulso natural del alma pero no de esta manera.
La ciudad en paralelo está llena de charcos por esa tempestad intermitente que nos flagela y nos despierta. Caen de los cerros toneladas de agua que caótica circula entre los cielos y la tierra. El país se desmorona por la corrupción que deja desprovista a la población más vulnerable. Y me es inevitable preguntarme por el curso de nuestros deseos y plegarias. Creo que se condensan y caen como gotas en las ventanas, arrastran consigo el lamento de un río que eternamente se despide. No somos el mismo río, ni la misma gota en la ventana.