jueves, 7 de septiembre de 2017

Puertas de Bogotá


Imagen tomada de: http://scontent.cdninstagram.com/t51.2885-15/s480x480/e35/17333113_267494087027408_5613336361097494528_n.jpg?ig_cache_key=MTQ2OTU4ODU5OTI3MjExNjYwOQ%3D%3D.2


Uno de los elementos que más me llamó la atención de "Risa en la Oscuridad" de Vladimir Nabokov, fue su acuciosa descripción del comportamiento de las puertas. No logré captar su interés por ese elemento; sin embargo, dado que la historia la protagoniza un ciego, valdría la pena preguntarle a uno de la vida real, si el girar de las entradas y salidas, afecta su vida significativamente.

Y es que en una ciudad como la mía, uno podría preguntarse cuántas puertas hay, cuántas ventanas o cuántas alcantarillas. Pero la puerta tiene un tratamiento especial precisamente por ser le lugar desde donde ingresan y salen las personas ¿los peajes podrían ser una puerta para los venezolanos que huyen desesperados de la dictadura?

¿Cómo son las puertas de Bogotá? Pues bien, en el barrio Teusaquillo, hay un colegio de puertas muy grandes desde donde otrora salían y entraban sacedortes. Y hasta donde recuerdo, en el siglo XXI, una vez el ojo del lector, cruza las pequeñas puertas de madera de los baños, podría encontrar chiquillos de todas las inclinaciones sexuales y de todos los sexos, quitándose la ropa furiosos y despertando a la alegría del cuerpo.

Las puertas de las casas de Teusaquillo, que no son mansiones pero algunas son un homenaje, están muy bien talladas en madera o son pesadas y de hierro ¿Qué protegen, podría preguntarse uno? A unos ancianos, que son el recuerdo de una época lejana. Algunos de ellos son pobres y su dignidad no les permite arrendar las 5 o 6 habitaciones inmensas, en las que a menudo albergan recuerdos de calles menos tristes y más pobladas. 

Las puertas de los laboratorios del occidente de la ciudad son de cristal. Tienen las tirillas blancuzcas que le permiten a los transeúntes no chocarse con los vidrios. Detrás de ellas, hay analistas quincuagenarias que trabajan sin parar. Una de ellas me confesó que amaba leer. Entonces me sentí como cuando un humano encuentra a otro en medio del desierto.

Por la avenida Caracas, menos elegante que la carrera séptima pero mucho más sincera, hay un lugar lleno de luces de neón, un espejo al fondo y una puerta blanca. Hay una cámara en la entrada, los cristales (que no son el tema de hoy) están cubiertos con cartón ¿qué podría haber dentro? ¿Un grupo de prostitutas esperando un cliente, sería la suposición carente de imaginación? ¿Un grupo de adultos jugando cartas y en un giro insospechado de la historia, apostando la propia vida? ¿Dos ancianos que perdieron a su hija en la infancia y que miran sin descanso a quienes se acercan a la cámara de la entrada, para que un día cualquiera, secuestren a una mujer parecida a su hija y la obliguen a amarlos?

Tras la puerta del octavo piso del edifico Vargas, viven tres niños, que duermen con su madre mientras uno de ellos mira a media noche una imagen inmanente en Bogotá: La Madonna, que no es una virgen religiosa sino una virgen literal; es decir, no es la madre de Jesús, es una niña cargando a su hermanito.

Y tras la puerta de un edificio en la zona verde de la ciudad, estoy yo, perdiendo el tiempo, imaginando que tal vez, detrás de algún pasaje esté "la historia siguiente".