domingo, 22 de julio de 2018

Schonbrunn

Estaba caminando hacia Stephanplatz en la madrugada. Mi dejo latinoamericano hacía que me levantara a las cinco de la mañana en un continente que comienza sus actividades a las nueve. Evidentemente, todos los locales estaban cerrados y mi objetivo, la casa de Mozart, no era la excepción.

Caminé algunas cuadras y me fui alejando del museo. Caí en cuenta que Viena estaba llena de estatuas de cuerpos humanos y que los techos siempre tenían el típico color verde del metal oxidado. Para mí, los colores que definen a Austria, son el verde y el dorado. Sólo entonces comprendí la necesidad de Klimt de pintar con oro. Lo dejé de ver como alguien ordinario y comprendí que obedecía a su contexto, esa necesidad.

A medida que me alejaba miraba los trenes con banderas LGBT y el sol destellaba. No sé cómo, ni por qué, llegué a un jardín inmenso. La energía era especial: Las personas yacían sin camisa sobre un prado verde intenso e inclusive los cuervos inmensos de dicha latitud, se veían tranquilos. Miré el lago y por unos instantes sentí una paz inmensa. Estaba lejos de mi origen: Del populismo latinoamericano, de la falta de civismo, de la ingenuidad, de la guerra, del machismo.

Es una paradoja que no haya presenciado el castillo y que me haya sentido en absoluta tranquilidad en la que en otras épocas fuera la plaza desde donde se planeaban las mayores intrigas europeas. Desde donde salió un archiduque para luego ser asesinado e iniciar la primera guerra mundial.

No he podido borrar el color del lago de Schonbrunn de mi mente, ni mi último día en Viena. Cuando pienso en él, me consuelo a mí mismo y me digo que la paz sí existe pero en otro lugar.

jueves, 12 de julio de 2018

Perderse en el Sur

Perderse en el sur de Bogotá es recordar los contrastes del país. Significa ir en un pequeño colectivo azul, que a tumbos se abre camino en un ambiente agreste. Y también implica mirar a través de los cristales, arquitecturas coloridas y muchos parques con canchas llenas de grafitis. 

Es como viajar a los intestinos y ver la humanidad desnuda: La basura al lado de los sujetos que la sociedad considera residuales. Significa sentir la ansiedad de paisajes desconocidos, ver a los pasajeros con prendas baratas que imitan modas de otra época.

Puertas que se abren, puertas que se cierran. Mujeres con niños en los brazos que miro con cariño y con tristeza. Pues son universales, quizás lo único que hay. Pero a pesar de ello se escabullen en una sociedad que ya les puso un sello en la cara, un signo invisible que determina si son del linaje de Caín o de Abel.

Perderse en el sur es ver humildes conjuntos y tienditas de barrio, puestos de lotería y hierba crecida en las esquinas. Es ver operarios y jovencitos desempleados. Es ver remolques abandonados con caras gigantes de payasos tristes que otrora interpretaron un acto mediocre que hizo reír a un niño que no tenía qué comer.

Ir al sur es recordar por qué me quiero ir. Porque siendo la nación del oro, del coltán, del carbón y del banano, no le alcanza para llenar las bocas, de los hijos de Caín.

Escabullirse en el sur es bajarse en una calle sin pavimentar, entrada la noche y caminar rápido porque se desconoce el próximo lugar donde encontrar transporte a casa. Y como bogotano desorientado, caminar hasta la frontera occidental, llena de ríos radiactivos gigantes que por su oscuridad parecen ocultar una bestia hambrienta.

Perderse en el sur, tan sur como Suramérica, es llegar a la frontera occidental donde sólo hay autos de carga pesada, oscuridad, inmensos campos, ríos titánicos y un peaje. Es voltear la cabeza e insultar al aire, al darse cuenta que por equivocar un punto cardinal, estás en el límite de una ciudad titánica que alberga a 8 millones de personas.

Perderse en el sur, es desesperadamente volver, atravesar barrios de parias que juegan fútbol, de mujeres abandonadas y machos dedicados a embarazar soledades. Es tomar transporte intermunicipal y casi como milagro, encontrar una línea del transporte urbano que lleve a casa. Esto, para dormir entre sábanas tibias, dar gracias por no estar en el borde angustiante de la ciudad, voltear la cara y recordar que de niño querías hacer una sociedad más justa para todos, ahora sólo quieres huir.