miércoles, 26 de diciembre de 2018

Todos Marineros

Todos somos marineros,
que encuentran soledad entre conocidos
y compañía en puertos distantes.

Somos la espalda desnuda,
que alguien recuerde como un salvavidas,
en una vida llena de voracidad.

Todos somos marineros,
que escuchan sirenas y se entregan
al desespero.
Que dejan lo poco que tienen,
por una promesa que es amenaza.

Somos el hombre que aún amando,
extraña el mar.
La nostalgia de saberse libre,
ante el peligro de no volver.

Todos somos marineros,
que conocen el norte por las estrellas,
y el sur, por los besos que dejaron.

Somos el hambre de buscar a otros,
y la angustia de no encontrarnos
en la multitud.

Todos somos marineros,
que un día quieren creer
que mañana no habrá que escapar.

Somos el hombre que abre la puerta
y con sonidos de gaviota,
se entrega de nuevo al mar.

sábado, 8 de diciembre de 2018

María: La Mujer Panóptico

Las cosas sucedieron sin que ella lo planeara. Estaba esperando en la esquina donde otrora mataron a Gaitán cuando un soldado impertinente le dijo que se quitara de su camino. Ella, una revolucionaria en potencia, comenzó a gritar arengas extraídas desde lo más profundo de las angustias de Marx. Él, acostumbrado a que a la voz de mando no se desobedece, la metió a un camión y se la llevó por toda la ciudad.

Tras seis horas de delirio, el soldado notó unos chillidos de gato. Abrió las puertas y la vio acurrucada. Se compuso y se le lanzó como un felino infectado de rabia. Terminaron tendidos en la hierba de las montañas, compartiendo un ponqué y contándose la vida. Él le dijo que debía trabajar duro para mantener a su madre divorciada y a ella le brillaron los ojos porque sabía lo que significaba crecer como una paria entre monjas que no aceptaban que su madre, hubiera preferido la soledad en vez del maltrato de su esposo.

Al día siguiente, no pudo besar a Simón a pesar de que aún lo amaba. Sus tardes en los cafés leyendo panfletos sobre la China de Mao o la Rusia de Stalin, forjaron un noviazgo que entrañaba camaradería. De barba descuidada y cabello medio largo, le había enseñado a hacer el amor como en las guerras civiles: Rápido y con fuerza. Pero algo en ella había cambiado.

Los amaba a los dos. Le causaba excitación sentirse en dos mundos distintos. Quizás sería la misma  experiencia de un carcelero, cuando desde el panóptico miraba las vidas de todos los presos con sólo mover la cabeza de un ángulo a otro.

Pasaron los días y alternaba dos corazones, dos cuerpos y dos almas. El soldado la llamó y con su acostumbrado tono marcial le dijo "tengo algo importante qué hacer". Minutos después, la llamó el estudiante rebelde y con su acostumbrado tono juguetón le dijo "voy a cambiarte el país". Los reconoció a los dos en el noticiero: Uno el lado de una tanqueta de guerra y el otro, al interior del Palacio de Justicia. Justo en el momento más álgido, una tal ministra puso un partido de fútbol.

Fue a dos funerales, lloró a dos novios, le regalaron dos diarios y le dolieron dos países.