Te escribo desde la madrugada de Múnich que es distinta a ti. Que es más próspera y sus calles son limpias. Y te escribo porque de alguna forma te arrastro porque soy de dónde vengo. Estaba leyendo a García Márquez y pensé en mis abuelos maternos en el campo. Pensé en la melancolía de los parajes solitarios de la costa, en las mamás que siempre aman de una manera inmensa y dolorosa. Me cuentan en los medios que andas encerrada por una pandemia que aterró al mundo y por un presidente que no deja de sorprenderme por su ineptitud.
Me parece increíble que un hombre que no terminó ninguna profesión y andaba en chanclas por las calles de Barranquilla, se convirtiera en un nobel de literatura. Pero hoy no me quiero poner político. Pasaba a decirte que a veces te pienso. Con todo y lo mierda que eres con tus hijos. A veces te pienso, inmersa en tus océanos, en tus migraciones africanas y españolas. Con tus hombres que no pueden amar porque nunca serán suficientemente hombres. Con tus barcos de carbón aorillados en la bahía y escupiendo polvo al océano. Con tus guerras del siglo XX y con tus soldados obsesionados con derrotar a un enemigo que se les convertiría en un ser omnipresente.
No sé por qué te pienso tanto. Por qué tu comienzo del siglo XX me resulta intrigante. Tus utopías (los Estados Unidos de Colombia). Tu Oreste Sindici. Tus atardeceres brutales. Tu forma de recordarme que soy tercermundista y que a pesar de todo, es mejor tener guacamayas en el alma que industrias de relojes. Espero seas libre, patria boba, patria independiente.