miércoles, 10 de marzo de 2021

Rafael Chaparro y la Nostalgia de una Ciudad Nuclear

"...dicen que el mundo está vivo,

dicen que encierra un misterio..."

Brújula Mágica

Nunca he leído a Rafael Chaparro, salvo un cuento que encontré por curiosidad. Sin embargo, la tacañería de papá, que implicaba que no tuviéramos parabólica me permitió ver un programa de bajo presupuesto llamado "La Brújula Mágica". Sólo la aprecié de adulto porque de niño, me parecía aburrido, raro y pobre. 

Una vez en la adolescencia, mi hermano fue expulsado del colegio y fue asimilado por las fauces de un colegio ubicado en un barrio popular donde un sacerdote, cercano a la familia, hizo las veces para dejarlo entrar. Allí se enamoró y con el amor vino el dolor y un intento de suicidio. Así fue como conocí la clínica de reposo contigua a Casa Medina.

En ese ir y venir del amor, mi hermano se enamoró de la cultura urbana y de los lugares comunes de la juventud. Diría que durante ese noviazgo, no paraba de mencionar "Opio en las Nubes" y de idealizar su relación con su ex. Decía que ella era idéntica a Amarilla porque vivía en el barrio Santafé.

Nunca leí el libro, un poco con el fastidio gatuno que me produce el idealismo exacerbado. Sin embargo, cureoseando la cultura alpina y su huella, di con el colegio Helvetia. Youtube tiene cientos de videos mencionando cómo es de maravilloso el colegio y cuán guapos son sus estudiantes. Lo último es cierto, recuerdo que hace muchos años en Tínder un chico me dio "match", era estudiante de medicina de los Andes y egresado de ese colegio. Nunca respondió mi saludo virtual pero nos cruzábamos en la universidad. Esto, simplemente para decir que salvo esa referencia, no tenía ninguna claridad sobre ese colegio y la cultura helvética en Bogotá.

En ese video, vi a una profesora que lo mencionó y dijo con orgullo "premio nacional de novela". Así, mi instinto comenzó a buscar más información de este personaje del que se sabe tan poco. Además de la brújula mágica y su éxito literario, trabajó en Quack al lado de Jaime Garzón. Sin embargo, hay un inmenso silencio alrededor de él y probablemente ni una entrevista. 

Rafael y yo, estudiamos en la misma universidad pero pertenecíamos a ciudades aparentemente distintas. Nací en Chapinero, cuna de la vibrante cultura urbana y LGBTI en Colombia. Además, viví la mitad de mi vida en un barrio que congrega el verde que le queda a la ciudad. Disfruté del privilegio de tener la biblioteca Virgilio Barco sólo  a dos cuadras de distancia. Fui afortunado. Solitario y muy afortunado. Seguramente no un genio, tampoco un Dios, simplemente alguien poco común.

Este comentario tiene que ver con mi teoría sobre Bogotá. Los sociólogos dirán que la discriminación se refleja en el espacio y bla bla bla. Lo cierto es que creo que hay microciudades y que sus habitantes hablamos y nos comportamos diferente. Yo crecí entre parques, bibliotecas, el Park Way, las casas de chocolate, vecino de la Universidad Nacional y originario de la carrera 61 con 9, no podía tener otro destino más que ser aburridamente gay, solitariamente buen lector, amargadamente crítico y particularmente bajo de estatura.

Los dominios de la ciudad que hay en mi cabeza, se expandían los fines de semana hasta el Parque del Chicó y el centro comercial Niza. Allí, un inmenso tubo que emergía del piso, me daba la bienvenida a mí y a mis hermanos a un momento de diversión, en medio de la tragedia de unos papás que todo el tiempo se querían separar. No sé si todos lo sentimos pero a mí en la niñez los espacios me generaban un a profunda y extraña curiosidad.

En Niza es dónde ocurre la ciudad literaria de Chaparro que para mi mente es intangible porque nací después de los hechos. En uno de sus cuentos relata cómo en ese centro comercial dónde yo disfrutaba los fines de semana, antes había un inmenso lote donde él y sus amigos jugaban. Se creía que quien encontrara una rana de oro, lograría que el humedal por fin se secara. En su ficción, la rana se quejaba atrapada en los sótanos de Niza. Quién sabe, quizás la rana era yo.

De Chaparro me quedan dos cosas, la nostalgia por la ciudad drogadicta y nuclear que abandoné, y la incertidumbre por saber quién realmente se ocultaba tras los lentes. A mi hermano no le quedó nada. Su exnovia llegó unos años después a contarle que había quedado embarazada de su actual novio. El amor es hermoso y finito, aún así, infinitamente hermoso.




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