Cuenta la leyenda que tras la conquista del imperio romano a la isla de los celtas, se exterminaron demasiados árboles, muy preciados para los nativos. Sólo uno de ellos, ante semejante masacre se mantuvo en pie: el abeto.
Raíces que no se van, hojas que se que se quedan. En el murmullo de los días surge de entre las dificultades un retoño. Resiste ante la interperie, radícate en tu verdad, entrégate al infinito, escucha con serenidad... Permite que el cielo te lleve a la epifanía, siente la levedad de la lluvia. Sé un árbol que nada ha de parar.
Penas radiculares, la presión de una sociedad que no deja de mirar. Persiste a pesar de las agujas de la mañana, del humo inclemente de la ciudad grande y de la monotonía de la vida triste. Siembra la magia y despiértate entre los cadáveres, eres la vida que corre, eres la flor del gavilán. Recorre las montañas con tus pies: eres el árbol que nada ha de parar.
Anida sobre ti a los seres que vuelan, escucha mitos sobre la gravedad y lo etéreo. Envuélvete en las estaciones pero persiste, persiste, persiste... Eres el árbol que nada ha de parar.
Levántate por sobre las planicies y mira al horizonte, que ni tormentas, ni cuchillos de enamorados te han de detener. Has conquistado el tiempo y ahora al infinito puedes ver. Cuna de grandes y refugio para los desamparados. Eres relato vivo del camino, del invocado. Recuerda, tú fuiste el árbol que nada paró... Que nada detuvo.
3 comentarios:
Quiero ser abeto.
¡Feliz Navidad, Vicky!
Magnífico relato.
¡Felices fiestas, Vicky!
Gracias por las sensaciones que me regalas todo el año a través de tus palabras. Me encanta leerte.
¡Un abrazo!
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