jueves, 6 de julio de 2017

El País de Todos los Males

Crecí en una nación en guerra, en vía de desarrollo y muy corrupta. A pesar de todo, mi vida ha sido maravillosa. Me crié con periódicos que no paraban de hablar de cuántos habían muerto en el monte en el último enfrentamiento. Crecí con noticias que retrataban cómo los bandos de ultraderecha (paramilitares) y los de ultraizquierda (guerrilleros) se aniquilaban a millares. Las crónicas de guerra describían los vejámenes del humano, su condición más animal.

Los índices de desigualdad y de miseria siempre han sido alarmantes, y la corrupción es un tema olímpico: Hay un departamento en el que se roban el 80% de los recursos nacionales asignados. Los colombianos además hemos cargado con el estigma de la coca, porque somos el mayor productor de la región. Como era de esperarse, a Colombia sólo llegaban inmigrantes por error o por vocación. Quizás por el turismo sexual, en el cual jovencitas sin ninguna oportunidad se ofrecían como producto de exportación.

Sin embargo, he tenido la oportunidad de ver cosas que hace 20 años parecían impensables. El país ha presentado un comportamiento económico muy saludable a pesar del desgaste de la economía global. Estamos implementando un acuerdo de paz con la guerrilla más grande del país. La ciudadanía ha comenzado a denunciar la corrupción y temas que resultaban cosméticos frente a nuestros grandes problemas, han comenzado a ser reconsiderados, como por ejemplo, la importancia de los ecosistemas, la calidad de los recursos naturales y la distribución de tierras.

En Bogotá, una ciudad acostumbrada a mezclar a los colombianos (que somos muy distintos entre nosotros), también se ha abierto a algunos grupos extranjeros, en época de crisis. Primero, llegaron los españoles, angustiados por la crisis de su nación europea, debieron tonar la mirada hacia la cuna de los sudacas. Y es curioso porque cuando se desenvuelven entre bogotanos, dejan de lado las ínfulas y el continuo uso del imperativo 


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