Perderse en el sur de Bogotá es recordar los contrastes del país. Significa ir en un pequeño colectivo azul, que a tumbos se abre camino en un ambiente agreste. Y también implica mirar a través de los cristales, arquitecturas coloridas y muchos parques con canchas llenas de grafitis.
Es como viajar a los intestinos y ver la humanidad desnuda: La basura al lado de los sujetos que la sociedad considera residuales. Significa sentir la ansiedad de paisajes desconocidos, ver a los pasajeros con prendas baratas que imitan modas de otra época.
Puertas que se abren, puertas que se cierran. Mujeres con niños en los brazos que miro con cariño y con tristeza. Pues son universales, quizás lo único que hay. Pero a pesar de ello se escabullen en una sociedad que ya les puso un sello en la cara, un signo invisible que determina si son del linaje de Caín o de Abel.
Perderse en el sur es ver humildes conjuntos y tienditas de barrio, puestos de lotería y hierba crecida en las esquinas. Es ver operarios y jovencitos desempleados. Es ver remolques abandonados con caras gigantes de payasos tristes que otrora interpretaron un acto mediocre que hizo reír a un niño que no tenía qué comer.
Ir al sur es recordar por qué me quiero ir. Porque siendo la nación del oro, del coltán, del carbón y del banano, no le alcanza para llenar las bocas, de los hijos de Caín.
Escabullirse en el sur es bajarse en una calle sin pavimentar, entrada la noche y caminar rápido porque se desconoce el próximo lugar donde encontrar transporte a casa. Y como bogotano desorientado, caminar hasta la frontera occidental, llena de ríos radiactivos gigantes que por su oscuridad parecen ocultar una bestia hambrienta.
Perderse en el sur, tan sur como Suramérica, es llegar a la frontera occidental donde sólo hay autos de carga pesada, oscuridad, inmensos campos, ríos titánicos y un peaje. Es voltear la cabeza e insultar al aire, al darse cuenta que por equivocar un punto cardinal, estás en el límite de una ciudad titánica que alberga a 8 millones de personas.
Perderse en el sur, es desesperadamente volver, atravesar barrios de parias que juegan fútbol, de mujeres abandonadas y machos dedicados a embarazar soledades. Es tomar transporte intermunicipal y casi como milagro, encontrar una línea del transporte urbano que lleve a casa. Esto, para dormir entre sábanas tibias, dar gracias por no estar en el borde angustiante de la ciudad, voltear la cara y recordar que de niño querías hacer una sociedad más justa para todos, ahora sólo quieres huir.
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