Se fue buscándolo sobre los tejados de la torre Galata, por los bazares y las mezquitas. Nadie lo había visto. En el norte, frente al mar de Marmara escuchó su maullido. Se restregaron, se lamieron y celebraron que eran distintos y por eso se podían tocar. Era una caricia acariciando a otra caricia sin parar.
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