miércoles, 16 de septiembre de 2009

El sombrero de papel

Iba caminando en las frías calles de la ciudad, con la mirada aletargada dando vueltas por los pensamientos que surgen, esos, esos que surgen cuando pasas por donde has pasado tantas veces. Caminaba y caminaba, caminaba sin parar, sólo arrastrándose como mancha gris en una mancha gris más grande. Pasó por los carismáticos faroles, adornados con el tinte oscuro que pone la polución al metal y de nuevo miró sus zapatos.

No lo negaré, en ese instante estaba triste, mis zapatos reflejan mi vida y aunque no lo quería reconocer, ya había sido sufiente. Jamás lloré en frente de otros, era demasiado para un hombre que tiene que deambular en las calles y ganar la vida haciendo cara de hambre, para unas cuantas monedas.

Siempre mi vida fue así, nunca quise terminar donde estoy, pero en parte, dicen que cada puerta que se cierra te acerca a tu destino. Y eso era yo, destino, mis zapatos eran destino.

En la tarde pedí una sopita, estaba ya cansado, me gusta cuando tienen mucha sal. Término medio, ni muy caliente ni muy fría. De nuevo mis compañeros de ciudad; debo decirlo mientras algunos tienen casa yo tengo ciudad. Caminaba apasible sin mirar, procurando evadir sus pretenciosas miradas, cuando de repente un taxi casi me atropella. Ya se imaginarán, los gritos de siempre, y es que eso de no tener corbata como que a uno le cuesta el respeto y la dignidad, como decía el profesor de literatura, la revolución francesa, era francesa de nacionalidad, pero burguesa de identidad.

Me cuestiono que valgo yo, no le sirvo a nada ni a nadie, no te sirvo quizás ni siquiera a ti. Aprendí que no valía mucho esa tarde que sin querer queriendo, comprendí que los colegios son para llorar. Caminaba, como lo hago ahora, cuando todos mis libros se regaron por el pasillo. Los niños no paraban de reir, mi rostro estaba caliente y las miradas de ellos llenas de placer, lo que no sabían es que eran los libros de papá. Fue un hombre que me quiso hasta donde pudo, me dio todo, nunca me faltó. Pero ya ven, la vida celestial reclamó su nombre y con prematuros 7 años aprendí a barrer cercar a la fontana. Intenté estudiar, de verdad que sí. Pero quien piensa en estudio si la gente te trata mal y no te quiere.

Dejémonos de sensibilidades, contaba acerca de dicho viernes en el que como todo mortal yo respiraba y a medida que respiraba, me puse a usmear las canecas de basura. Una vez encontré algo muy interesante, era una carta de amor hecha trocitos. A veces las cartas de amor delatan el estado del corazón.

Nunca he amado, debo decirlo, a mi papá y se acabó.

La tarde por curioso que parezca, no es gris. La tarde no penetra las miradas tristes.

Mis pasos lentos y cansados del calor, decidierion quedarse en un punto del cosmos y recibir aquel momento.

Sentí algo muy leve en la pantorrilla. Me asusté al principio, pero cuando miré, no sentí miedo. Era un perrito. Los perros nunca me gustaron, ladran y atacan. Son muy malgeniados. Pero este, este debo decirlo era todo un "cachorrito", me lamía con parsimonia los zapatos, mientras yo con los ojos fijos en este cuadro no entendía lo que me decía la vida. La vida dice muchas cosas, otra cosa es que no las tomamos en serio.

Algo en mí, no sé qué, hizo que lo cogiera.

Las tarde con él se hizo corta, hace mucho no corría, quería enseñarle a correr, si uno no corre en las calles es como difícil. Pero el cachorro no me hacía caso sólo caminaba oliendo y saboreando su entorno ¿de qué diablos sirve un animal que no corre? no lo iba a dejar, eso no se hace, a mí la vida me dejó solo, pero se lo tenía que regalar a alguien.

En la noche quise leerle algo para que se durmiera, no tengo cuentos. Uní los pedacitos de la carta y se los leí:

"...al principio era el amor, y el todo era el amor. A medida que te fui conociendo, dejé de temerle al grasnido de los gansos. Sabía lo que sentías por mí, tal vez no fui suficiente, sólo sé que te di el corazón entero y te ruego me lo devuelvas. Al principio, era yo, y tú eras yo. Mi génesis comienza contigo y para curiosidad de los teólogos termina en ti... termina en un apocalipsis insondable. No es necesario que digas que lo sientes, sé que en el fondo estamos destinados a volvernos a encontrar... en algún lugar de la ciudad..."

De la vida se ha dicho mucho, pero ¿quién nos enseña a amar? cosa tan difícil leer cartas de amor.

El perrito se durmió, con su sueño, sentía que mis parpados caían. Y al otro día de nuevo la ciudad, el chiquito ya había levantado su mirada al sol mientras yo dormía. Le dije: vamos. Y el con su mirada por alguna razón sentí que me decía: "ven".

En la calle me tocó cargarlo, las niñas, algunas pasaban y lo acariciaban. Supuse que necesitaba un nombre, entonces lo llamé Abel, pues supongo que si a mí me pudieron llamar Adan, yo le puedo poner abel ¿no? me dije a mí mismo.

En la tarde el animalito tenía como sed, me lo llevé a la fuente y nos pusimos a tomar agua, había algo raro, siempre que me hacía en la fuente, miraba para todos lados, cualquier ataque es la vida. Pero yo bebía y bebía sin miedo, era raro, yo ya no estaba solo, estaba con Abel y era raro, ahora sólo lo miraba a él.

Fuimos a una tienda a pedir comida y para curiosidad de algunos, nos dieron un helado, creo que Abel me estaba trayendo buena suerte.

-Chóquelas Abel.
-Guef.

En eso si no es por nada, pero me cersioré de que nadie nos viera, me daría pena que me vieran comiendo helado con Abel como si fuéramos novios.

Caída la tarde, se me anocheció, todo por culpa del perrito, pero qué cosas, justo me encontré con unos policías. Me manosearon de arriba abajo, esta vez no puse resistencia, pero estos sujetos deslizaron su mirada hasta él; en ese momento sentí que un escalofrío recorría el sendero de mi columna y sentí ansiedad. Cogieron al perrito, lo miraron y se rieron. Me preguntaron si me lo había robado, yo les dije que no de forma muy agresiva, a lo que respondieron si sigue así se lo quitamos. En ese instante, no sé qué me dio, pero comencé a avalanzarme sobre los sujetos, pero estos me detenían, me golpearon varias veces, y de la desesperación se me salieron las lágrimas que salen de la rabia y les dije algo que nunca pensé que diría: todo menos Abel. El perrito intetaba morderles el pantalón, pero era chico. Lo botaron y le pegaron un patadón. En ese momento, no soporté más, recogí a mi amigo a una piedra amiga y la lancé al cuerpo de estos. Salí corriendo, con lágrimas en el rostro, lágrimas que limpiaban mi mirada, lágrimas que limpiaban la tierra, el pasado, lágrimas que no miraban hacia atrás, lágrimas que limpiaban toda la ciudad. Él tenía los ojitos medio cerrados, yo no lo iba a dejar irse, y corría como nunca había corrido, más rápido que un ladrón para llevarlo donde alguien que lo pudiera curar. Llegué a una veterinaria, muy amables los señores me atendieron, no me preguntaron si tenía dinero, sólo me dijheron algo que me sonó medio feo, me dijeron que se debía quedar esta noche, que lo tenía que dejar para que le dieran lo necesario. Yo sé que el cachorro también estaba impaciente, pero le dije: una noche, y le guiñé el ojo.

La noche sin Abel, era algo solo y las estrellas, no sé si es que después de llorar uno ve mejor, o las estrellas estaban más claras. Mi papá cuando me acariciaba me decía que las estrellas eran un lenguaje secreto, lo cual esta noche entendía. Papá me ha faltado toda la vida y ahora me deja solo el animal, ojalá sea por esta noche.

Para no ponerme triste leía la notita, se había casi que desintegrado por el viento, pero quedaba algo: "sé que en el fondo estamos destinados a volvernos a encontrar... en algún lugar de la ciudad...", al dormir, me puse a llorar, la gente no llora, eso se me hace raro, me voy dando cuenta que en un mundo como el nuestro, llorar debería ser cosa de todos los días. Lloré mucho, lloré como nunca y dije tantas veces como pude "Papá" y tantas otras "Abel".

Ansioso bien tempranito me levanté. Me fui despacito a la veterinaria, quería saber si mi amigo estaba bien. Sin querer me tropecé con el andén, vi a una señora con un sombrero muy grande. Eso sería lo primero que le compraría si estaba bien. Pero como la posibilidad de que le hubiera pasado algo grave, para mí era un imposible, decidí entonces comprarle un tamaño muy grande, le compraría un sombrero tan grande como su mirada. El problema es el dinero, creo que un colega le decía "cash" y se reía. Me puse a hacer cara de (no volveré a decir nunca perrito regañado) humano regañado y la gente ayudaba. Igual, no me alcanzó para uno bien bonito, entonces compre todo el papel bonito que pude, y le hice un gorrito de papel. No me quedó como a las personas que hacen ropa, pero bueno, como dicen en los cumpleaños. Lo que importa es el detalle.

Entré a la veterinaria, tenía miedo y las manos me sudaban, le pregunté al señor que ¿cómo había seguido? a lo cuál me respondió con una mirada que acusaba, pues está... está... estable. Pero desnutrido. Respiré, no es que me alegre de verlo desnutrido, pero sé que no está muerto.
Me di cuenta que debía hacer algo por los dos, no podía tenerlo viviendo en mis condiciones,ya era hora de que yo cambiara de vida y él también.

1 comentario:

JP dijo...

Soy yo o este escrito es supremamente conmovedor?

Diantres, por que el sufrimiento animal me conmueve mas que otras cosas?... incluso el que viene en tu historia!!!

Las lágrimas limpian el alma... por eso la mia de lejos de ve como se ve;)