domingo, 19 de junio de 2011

SB

En medio de la niebla te sientes perdido; respiras y parece que el infinito llena tus pulmones: nunca habías respirado un aire tan puro. Escuchas las cascadas y pareces encantado en la belleza de este santuario, este elogio a la intimidad, a la belleza de las pequeñas y grandes cosas. Es un sueño invisible como los que acontecen cuando besas un elfo. Avanzas desprevenido hacia la ciudad, en principio parecerá fea: llena de edificios, carros, humo... Un elogio al color gris. Sin embargo, con atención si te unes a los citadinos es probables que distingas la alquimia de la vida.

A lo lejos, justo cuando atardece, la gente trabaja, excepto tú... Se pueden ver las primeras estrellas, la temperatura de la ciudad es perfecta para soñar universos imposibles. Te relajas, la piel se vuelve mella en el cosmos y ves los carros pasar. A medida que fijas tu mirada en el oriente, los edificios que alguna vez quisieron imitar a Nueva York se iluminan con el fuego naranja. Los carros que pasan por la circunvalar se ven perfectamente, inspiración del recolector de historias mínimas. El verde esmeralda de los cerros, se vuelve azul a la distancia, la cordillera brama en lenguas precolombinas la poesía de los equinoccios y los dorados en lagunas.

Los árboles, titanes del tiempo, circunda de punta a punta este milagro que se llama realidad. Los jazmines cerca a la séptima, las palmeras, el frío tórrido del cerro... El eje ambiental cargado de árboles con hojas diminutas. Las calles con charcos en los huecos, reflejo de un cielo que ya no ve. La rebeca clamándole a los obreros que paren, las filas en el transmilenio y el cansancio estudiantil.

Más allá de la primavera, más allá del verano se encuentra el trópico. En una ciudad, en medio de las montañas, con poco que envidiarle a un pueblo y mucho que decir sobre las esquinas... Cuenta historias de pajaritos y de monalisas. Esas hojas amarillas en el piso, cubriendo de gloria la conciencia otoñal. Las torcasas, las hermosísimas torcasas que todos confunden con las palomas de Lourdes. Sagrados animales de mirada hermosa, perfecta.

Profesor: quizás usted tenga razón al afirmar que el futuro sería mejor con muchas industrias, llenas de humo y químicos de colores sicodélicos. Tal vez algún día nos parezcamos a Los Ángeles o a Nueva York, quizás podamos tener la infraestructura de Pretoria, los edificios de Kwait... A lo mejor y logremos la tecnología del Japón, las calles de Berlín. Con suerte tendríamos barrios similares a los de Estocolmo, a lo mejor y un día... Las industrias nos hagan felices, podría ser que Lourdes se pareciera a "Notre-Damme", seguramente los cerros del oriente se asemejen algún día a los acentamientos costeros de California... Tal vez algún día tengamos un estadio como el de China, un PIB como el de EEUU... Quizás ya no haya enfermedades, ni gente triste, ni gente pobre, ni gente con hambre... Pero para serle honesto, no creo que eso suceda, y me daría muchísima tristeza ver marchitarse a los jazmines, hacer de las torcasas un deleite de los reconstructores del pasado... Volver los cerros un recuerdo bonito de los bosques inmensos, quizás un árbol no vale nada y la poesía es basura para cerdos. A mí sí me dolería, no sólo porque los quiera y los considere importantes, sino porque ya hacen todas las cosas que le mencioné, parte de mi ser.

1 comentario:

Garsil dijo...

Buenas tardes... "SB" Significativamente bueno,
es el futuro de nuestra existencia,
el pictograma de la ecología,
un verdor en un inmenso azul,
Gracias