domingo, 28 de agosto de 2011



Autor de la imagen: Natalie Shau

Cuentan las paredes que hace algunos años hubo una mujer que día y noche se dedicaba a limpiar esos pisos. Los estudiantes hipnotizados por el brillo de la juventud salían festejar cada viernes mientras ella en la sombra secaba su cabello; no saludaba a ninguna compañera, sólo a Gabriela por lo cual, a pesar del mes que llevaba trabajando, seguía siendo un misterio para todo su entorno.

Dejaba su bolso oscuro, se ponía su saco de lana y caminaba por esos prados verdes que tras la lluvia evaporaban un tinte expresionista al horizonte. Las nubes se movían con la lentitud de una vida solitaria. Era de los pocos momentos en los que no se la veía sola: Sultán, el perro que rondaba la universidad, la seguía hasta la salida. Ella acariciaba su cabeza, casi como si le abriera su corazón, miraban juntos la caída del sol; c uando llegaba a su casa dibujaba y escribía.

Una mañana todo transcurría con relativa normalidad, ese día salían todas más temprano, era viernes, sin embargo... Una vez terminó la jornada, revisó su bolsillo y estaba vacío: había dejado el dinero del transporte en su casa. Nerviosa, sin amigas y sin saber qué hacer se quedó pensando... Era difícil pensar puesto que vivía en un lugar bastante retirado, de modo que decidió violar los principios que su madre le enseñó: entró a la oficina del profesor Cárdenas y tomó ese billete.


Con la carga de haber transgredido su educación sobre valores, le contó su secreto a Sultán. Preocupado la miró y ladró. Ella sabía perfectamente que lo que había hecho le podría costar. No fue sino hasta el día siguiente cuando reunieron a todo el personal. El supervisor miraba con agudeza cada rostro y de un momento a otro gritó: "la nueva". Nerviosa sentía cómo sus rodillas temblaban, intentaba mirar a ese señor pero el fuego que cargaba en el rostro la delataba. De un momento a otro, Lina, una desconocida más entre sus colegas, dio un paso al frente y dijo: fui yo. Ana no entendía qué sucedía ¿por qué esta completa desconocida se quería inculpar? Manuel la reprendió, le dijo que era una falta de honestidad pero decidió absolberla en vista de sus años trabajando fielmente.

Ana avergonzada, después de limpiar esos pisos de mármol se le acercó y le confesó su crimen, también lo que la había motivado. Sin proponérselo se sonrojó, ante la sonrisa de Lina, acompañada de esos preciosos ojos que parecían un par de planetas. La mujer de las galaxias oculares le respondió: todas hemos necesitado a alguien en la vida y siguió trapeando. Algo en ese día le cambió el ánimo y la soledad a Ana; una vez llegada la tarde caminó hasta Sultán y le susurró a la oreja: conocí a alguien.





1 comentario:

Elena P.G. dijo...

¡Qué cuento más delicioso sobre la soledad y la presencia de alguien inesperado que nos la hace más llevadera, sobre la ilusión y la esperanza!!!
Por cierto, es la primera vez que veo una imagen desde que entro en tu blog. Y has vuelto a retomar los colores. Te está quedando precioso y seguro que refleja también un estado de ánimo...