En verano mataban venados, su rojo los hacía alucinar. En invierno mataban osos, su fuerza los hacía crecer. En otoño mataban mariposas, su belleza los hacía sonreír. En primavera mataban colibrís, su vuelo los hacía más rápidos.
Un buen día en una plaza pública el joven S123 clavó sus dientes sobre un elefante. El paquidermo gemía hasta el cansancio mientras uno de sus cachorros intentaba defenderlo. Los espectadores sonreían, algunos reían; los niños cubrían sus ojos.
Sobre un charco de sangre los grupos de humanos X, Z y N celebraban... Desconocían por completo el efecto de un animal tan grande en sus habilidades. El jóven tipo S, caminaba con tan poca densidad, con tan poco peso que poco a poco comenzó a desplazarse al ritmo de las corrientes de aire. Miraba hacia abajo y se despedía de sus hermanos.
En las nubes conoció la lluvia, conoció el sol y la música del aire. Voló sobre montañas, recorrió ríos, persiguió pájaros y soñó con madreselvas. Tras confesarse ante el ocaso, recordó los ojos del cachorro y una lágrima a tierra cayó. Conoció una nube, de la cual se enamoró... Un hijo tuvieron: capullo de flor, surgió.
Tras meses en el aire decidió pisar la tierra. Puesto que su aspecto era diferente y había olvidado su lengua, era irreconocible. Su nombre había olvidado, el rumbo hacia casa era incierto. Un hilo de sangre pintaba el suelo de la plaza. Apesadumbrado sabía que era el único indicio de su anterior vida. Un joven T clavó sus colmillos sobre este ser dotado de la cualidad de volar... La gente reía, los niños lloraban, su hijo clamaba y en su profunda epifanía comprendió que para volar no se necesita sangre, sólo voluntad.