viernes, 5 de agosto de 2016

Alcíbiades Enamorado (3)

¿Tú qué vas a saber del amor sin haber sufrido? ¿Qué vas a saber del dolor sin haber reído? ¿Qué pretendes conocer con la mirada angelical, sin haber probado las heces del mundo? ¿Dudas que sea necesario tener una mancha para apreciar el azul inmaculado del cielo de agosto?

Me avergüenza decírtelo pero me da confianza tu silencio lacerante. Detrás del hombre que soy, está un adolescente sentado en el andén preguntándose dónde dormir. Y ve en un vejete con anteojos, con una despreciable chaqueta de cuero, la posibilidad de conseguir abrigo y un plato antes de dormir. Y no me digas que eres tan ingenuo como para dudarlo. Para ascender se necesita haberlo mamado y yo ascendí a punta de mamadas. Y esa mezcla de ríos de saliva y semén, que corrieron para llenar el alma que ya no era alma, son los que te dieron de comer. Éramos él y yo, en una habitación y afuera el rugido de la ciudad. Él, el senador y yo, el adolescente, afuera el sonido de los autos neuróticos. Él y yo, el adulto atormentado y el contralor general de la nación, afuera los sonidos de los carritos de helados. Él y yo, el energúmeno inconcluso y el magistrado de la corte constitucional, afuera la lluvia y los estudiantes que saltan charcos. Así ocurre cuando no tienes quien te cuide, mi niño de cabellos rizados... La mamas, escalas, la mamas y cuando estás muy alto, te la maman. Pero no tengas cuidado, tú tienes quien te proteja.




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