Perdonar no es un proceso intelectual, por eso me despierta sospecha que alguien, frente a todo el mundo y con pecho en alto diga: "yo no le guardo rencor a nadie". Mi educación católica me enseñó el rencor y la ira, como sentimientos bajos que no deberían existir, pero existen... Ahí es cuando la religión se queda corta.
En mi vida he tenido heridas profundas, grandes decepciones. He intentado perdonar, pero cada día me doy cuenta que es un proceso largo que implica un compromiso con la vida y con el universo. La gente tan santa, tan pura y llena de gracia que llena sus labios con la palabra perdón, a veces (no siempre), orbita por la vida con las costras de espinas pasadas; le cobran a las personas a su alrededor, el precio de su dolor.
Para liberarse del dolor es necesario tener diferentes perspectivas, es indispensable "moverse". La única manera de mover el cuerpo emocional es haciendo algo insospechado... Un acto del alma. Acudir al símbolo, acudir a lo que nos pide el pozo negro del rencor... Inclusive, cuando la venganza es divertida y no lastima, la considero muy efectiva, liberadora y sana.
Perdonar es un proceso que despierta muchos interrogantes en mí. Me hace pensar en cuán frágiles somos... Cuán frágiles vivimos.