Describir su habitación, le causaba nervios. El siquiatra anotaba con atención, quizás con miedo, cada una de las palabras que Verónica decía. Las preguntas aumentaban su frecuencia: "¿Has visto alguna manifestación fuera de lo común? ¿Has pensado en quitarte la vida? ¿Estamos solos en esta habitación?". En este juego, ella no sabía si era mejor la complacencia o la razón. Después de todo, si fingía mejoría, tal vez en un par de meses la dejarían libre ¿y si no? Y si la mataban, o quizás... La desaparecían. Entre sus miradas se notaba una fuerte tensión, hasta que por fin llegó ese esperado: "puedes ir a tu cuarto".
Bajó las escaleras grises, siempre con dos enfermeros dotados de una pequeña arma. Todo gesto que sugiriera una conspiración, autorizaba a los médicos y enfermeros a utilizar la fuerza. Tras unos meses, gracias a la ventana de las escaleras, logró calcular que estaba en el piso 6. En el piso 7, en el ala este, se localizaba "el cuarto", famoso porque los pacientes declarados "incurables", nunca volvían. Con el tiempo Verónica también había concluído que todas las habitaciones, eran para dos "enfermos". Sin embargo, el derecho de tener compañía también se ganaba; sólo era para aquellos que se declaraban con problemas mentales.
El enfermero número 25, como era costumbre le daba un fajo de billetes al número 17. Éste esperaba en las escaleras, mientras el número 25 y Verónica se refugiaban en el cuarto de aseo. El hombre de voz gruesa, barba recién salida y brazos grandes encendía fuego... Entre humos y colores, los dos, disidentes de su vida, se daban el derecho de enloquecer.
1 comentario:
"Se daban el derecho de enloquecer"...:¡qué preciosidad!!!!!
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