Caminaba por el bosque, entre los capullos de luciérnaga y los rastros de madreselva, se asomaba tímido un ser rojo. Sus ojos eran grandes, no por ello inexpertos; su actitud era temerosa, vacilante y tímida. Como los niños no pueden detenerse ante el deseo de lo inexplicable, Fernando se acercó y le preguntó: "¿cómo te llamas?".
El ser con una gran caperusa, entre movimientos torpes y miradas de desconfianza, con una voz chillona replicó: "me llamo Adrián y soy un hongo". De inmediato dos azulejos volaron a las copas circundantes, con una sonrisa lo escuchaban.
"Érase una vez un monstruo: grande, con piel de madera, ojos de esmeralda y sueños de petróleo. Se paseaba por los bosques, sobre todo en los pantanos, donde hubiera lugar para refugiarse. Su vida era monótona: del crujido de sus pasos, al ladrido antes de dormir, se la pasaba todo el día.
En una ocasión, una paloma cayó con un mensaje. Malherida y desesperada intentaba volar. El umúnculo, rechazado por la raza humana se desplazó y con una mirada cavernario fijó sus ojos sobre ese espíritu noble. Ella aletaba, cantaba... Intentaba por todos los medios escapar a otro lugar. El gigante con aliento a laguna gritó.
La paloma perpleja no gesticuló ningún movimiento. Su corazón quería escapar del pecho. El monstruo notó en la pata de la paloma, una nota en símbolos extraños: '...porque todo en la vida es leve y de la levedad sólo me quedas tú; eres veneno efímero...'. Una vez el ave estaba sanada la dejó en libertad, convencido que era un mensaje para él buscó sabios en la ciudad.
Entre edificios desbordados de almas sin propósito, notó que todos huían, los polícias disparaban, las luces cambiaban y los carros se estrellaban. Nadie quería hablar con él: era un monstruo en la ciudad. Una mujer se aventuró a leer la nota y en su pobre castello, creyó la había escrito la paloma. Desde entonces aprendió a escribir. Su caligrafía estaba plasmada en todas las rocas del pantano. Los enamorados se quedaban cortos en sus fugas poéticas... El compositor aprendió a amar la lengua en la que no fue amado.
Sin saberlo se sumergía en un amor no correspondido" relataba el hongo.
Fernando miró su reloj y supo que debía volver a la tierra de delfines... Porque en Bogotá todos somos delfines navegando en un mar negro.
Imágen
Gold, B., Schnell,
J., Spencer, P., & Rosenberg, R. (2002). Mushroom Neurotoxins. Atlas
of Clinical Neurology, 2.
2 comentarios:
Un texto poético y bello, con un final que llena de tristeza.
Siempre hay tanta, tantísima fuerza en tus textos... Tus palabras arrastran, mueven algo en el interior que las hace eternas. Gracias por hacernos sentir así.
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