jueves, 25 de julio de 2013

Rituales de Hombres

Imagen tomada de: http://corbatasoriginales.webs.com/nudos.htm

“No se nace mujer, se llega a serlo”                                                                                                                                         Florence Thomas

Desde los 12 años renuncié a ser el hombre que mi sociedad esperaba que fuera. Había descubierto que el mundo femenino tenía bastante por enseñar y disfrutar. Esto era una traición a mi clan. Nací en Colombia y me crié como colombiano. En algunos segmentos de la sociedad, la diferencia entre los hombres y las mujeres resulta ser tan clara que cualquier intento por cruzar la línea, implica un castigo social.   

Las comunidades a menudo tienen tiempos y rituales para consagrar y resaltar el género de un individuo. Algunas culturas encierran a la mujer durante días una vez arriba la menarquia. Otros grupos humanos, despojan a los hombres de su prepucio; lo consideran un rastro de feminidad, en algunos casos motivo de burla.

Cuando tenía 16 años me citaron a mí y a mis compañeros de clase a una junta militar. Si hay algún lugar donde puede refugiarse la masculinidad y expresarse libremente, al punto de alcanzar sus límites, es el ejército; corrijo, los ejércitos. La cita era en el Coliseo El Salitre, debíamos ir con vestidos de paño. Algo dentro de mí se rehusaba a encarnar con orgullo los ángulos cuadrados de ese empaque sedoso en el que me encontraba encarcelado. Nos vistieron para desnudarnos. Aproximadamente 30 estudiantes esperábamos absortos en la pared. Una mujer que parecía odiar su profesión palpaba nuestros testículos. Llegó mi turno y me sentí humillado.

En la junta militar los soldados gritaban, llamaban por apellido y hacían sarcasmos sobre el estrato social al que pertenecíamos los asistentes; decían que por nuestros vestidos debíamos ser muy educados. El trámite para mi libreta militar duró 4 años. Siempre que llegaba a las juntas de reclusos, los hombres calvos me recordaban lo duros, ásperos y crueles que podían ser. Se ufanaban de tener poder, poquito, al fin y al cabo poder.

Debido a que en el trabajo los hombres son hombres y las mujeres son mujeres, he tenido que desplazarme de mi mundo andrógino al mundo simbólico. Tengo aspecto masculino y debo comportarme como tal, aceptar los ritos, los lugares y los elementos masculinos. Debo usar vestidos, perfumes con aromas árticos y lenguajes marciales. Después de todo, soy un hombre.

El rito final de iniciación en occidente ocurre en el cuello. Una larga tela se desplaza desde el origen de las palabras y reposa con confianza sobre el torso; la denominamos corbata. Es variada en colores pero rígida en forma. Su geometría combina dos elementos una soga y un pene. Algún simbolista quizás afirmaría que somos esclavos de nuestros genitales.

Resignado, me dirigí a una tienda a aceptar lo que la sociedad y su pasado tenían para mí. Un hombre se empeñó en tomar las medidas de mi cuerpo y yo acepté. Incómodo, aprendí con Marco a hacer el nudo de una corbata y finalicé mi ciclo de iniciación. Finalmente, el hombre de los vestidos me dijo que las corbatas eran delicadas, algo insólito en el mundo de los hombres. Me recomendó manipularla con cuidado puesto que tenía alma. Si el alma de la corbata se llegase a rasgar, ésta se volvería deforme. Aprendí algo muy importante del arquetipo masculino; puede ser estricto, difícil, áspero e insensible pero tiene un alma extremadamente frágil. En medio de las apariencias, de la cárcel que significa ser un “macho” colombiano, comprendí que somos delicados… Que nos deben desenrollar con cuidado.

3 comentarios:

Elena P.G. dijo...

Soy hija de militar y he vivido el ejército en casa. Todo lo que cuentas me resuena...
Un texto que pone los pelos de punta.

Vía Morouzos dijo...

Me ha encantado, Vicky. Nunca pensé en la corbata desde esta perspectiva. Gracias por mostrarme otras maneras de ver. Un abrazo.

Garsil dijo...

Buenas tardes... Las sociedades,
deben aceptar los géneros,
si de justicia quiere pregonar.
Gracias