Caminaba sin fin. Los pasillos se alargaban y recordé aquella época en la que te fuiste. En esos días intentaba encontrar tus huellas energéticas regadas por la ciudad; trataba de imitarte, seguir tus pasos, tu voz, cambiar mis tendencias, eliminar cualquier rastro de mí para experimentar tu pasado. Tenía doce años, se me dificultaba ir a ese lugar de la ciudad.
El destino con sus bromas me obligó a recorrer aquél esqueleto de ciudad. Es un centro comercial con columnas similares a espejos, fantasmas ambulantes, pasillos enormes donde se conjugan las artesanías con los almacenes internacionales. Toqué con cariño los volantes de las maquinitas y sospeché que sobre esas baldosas habías dibujado tus primeros acercamientos al amor.
Salí a respirar smog. Atravesé un puente ubicado al lado de una cloaca. Una reunión de cuervos se llevaba a cabo. Sentí lástima por las palomas que debían campear las aguas verdes con olor a ácido sulfhídrico. Sólo había una buena noticia: el mar todavía no se ha secado.
1 comentario:
Afortunadamente, aún nos queda el mar. Y por lo tanto, vida y esperanza.
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