Desde pequeño los demás me parecían distintos o quizás el que no cuadraba era yo. Los niños que me rodeaban me resultaban extremadamente ingenuos: creían en el coco, pensaban que los había traído la cigüeña y consideraban que su buen comportamiento les garantizaría un gran regalo a final de año (para ser honesto, los consideraba bobos). Por algún motivo que desconozco, la vida me exigía desatar las preguntas que normalmente se haría un adolescente.
Me gustaba ver cuando la luna se ponía amarilla, justo antes de ocultarse; observaba los detalles de las lámparas de cristal, mojé la cama hasta tercero de primaria y me comenzaron a gustar los hombres desde que tengo memoria; no toleraba las matemáticas, no sabía amarrarme los cordones, en clase de inglés solía copiarme y desarrollé una vergüenza inusual al mundo.
Cuando crecí, los niños promedio vieron un mundo con las manos abiertas dándoles la bienvenida a la edad adulta, a algunos en bancos, a otros en filarmónicas, a otros en petroleras. Cuando me observo, opino que quizás el ingenuo he sido yo. Algo taciturno en mí aún vibra. A medida que camino las calles y analizo los sucesos de los últimos días, me pregunto una y otra vez por qué mi destino ha sido tan chueco, por qué me corresponde a mí experimentar tan amplio abanico de sensaciones y estados humanos, por qué no tengo la claridad de los demás adultos. Entonces entre charcos que reflejan el cielo me puedo ver a mí mismo... Alguien sin certezas, con preguntas, sin respuestas, en una búsqueda que no sé si conduzca a algo más que al autoexterminio.
Quizás simplemente no hay respuesta en este batallón de dudas... Llueve en Bogotá; es diciembre.
2 comentarios:
Estás dotado de una sensibilidad especial: disfruta del don, aunque a veces te de también amargos tragos. Y quiérete mucho, porque eres un ser humano excepcional.
Fdo: una admiradora :-)
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