Recordaba al ritmo de las olas al hombre que lo violó a los 6 años, evocaba su camiseta de esqueleto y su bigote. Vislumbraba al padre intolerante que no le permitió ser escritor y describir héroes de papel que luchaban contra el viento. Vio la tumba de una persona que nunca conoció: su madre. Unas lágrimas nunca lloradas recorrieron sus mejillas cuando por su mente pasó la imagen de la única mujer que amó, estaba siendo asesinada por él en un ataque de ira.
Miró al cielo y colérico lanzó puñaladas al aire. Se rió a carcajadas. Las olas lo agitaban. Mientras se mecía con el agua, la brisa lo rosó y le susurró al oído: ha llegado la hora. Cerró sus ojos y recordó el jardín de las violetas, las canciones de cuna... Recordó mientras hacía el amor y celebraba su cuerpo. El agua se veía verde, por unos segundos fue más feliz que cualquier hombre que habitara el mismo planeta. Murió.
2 comentarios:
Es triste que la muerte sea uno de los pocos momentos placenteros que tengamos en la vida...
No he podido evitar emocionarme. Todavía tengo húmedas las mejillas.
Un abrazo, Vicky.
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