Sus ojos azules y su timidez tan atípica en el mundo gay me llamaron la atención. Pedí un jugo y él un café, tinto le decimos aquí. Él me hablaba de Berna, sobre sus pasatiempos como el karate. Yo le hablaba de Bogotá y las locuras de mi nación tropical. Migrábamos del inglés al español y visceversa; no lo notábamos. Se reía y gesticulaba como un niño chiquito, algo que me pareció poco común.
Caminamos unas cuadras y en la carrera séptima que parece una serpiente monstruosa, esperé a que cogiera un biarticulado. Nos dimos la mano y nos despedimos; su avión despega a Suiza a las 6:30. Algo extraño ocurrió, no sé si fue su timidez, su aspecto dulce y cordial, tan atípico en los colombianos lo que lo causó. Cuando me despedía, sentí tristeza, sentí que extrañaba a ese casi desconocido. Quizás yo sea sólo un resplandor en su sucesión de días en el corazón del continente frío, un destello. Adiós Dominic.
1 comentario:
Dominic te ha dejado su huella en tu corazón. La vida es, también, esperanza. Besos
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