"Cuando los dioses ya no existían
y Cristo no había aparecido aún
hubo un momento único
desde Cicerón hasta Marco Aurelio,
en que sólo estuvo el hombre"
Flaubert
"Memorias de Adriano" de Marguerite Yourcenar fue publicada en enero de 1955. A través de esta novela histórica la autora ganó reconocimiento internacional y dio a conocer su estilo.
La obra fue escrita en primera persona. Se puede afirmar que fue un esfuerzo por hacer decir la verdad a un hombre de poder. Se estructuró en ocho capítulos cuyos títulos son en latín, lengua de los romanos. Fue un intento por transmitir la verdad (o una aproximación a lo que sea que eso signifique) del emperador Adriano, a uno de sus sucesores.
Se construye un personaje verosímil: un estadista y un hombre. En palabras del narrador, una de sus particularidades consiste en haber ocupado los extremos de la naturaleza humana. Esto hace que su mensaje parta desde la experiencia más que desde las teorías sobre el espíritu y la realidad.
Rico en prosa, con oraciones largas, permite al lector escuchar a un sujeto cuya pasión por la lectura, las artes y las ciencias, permiten decorar los capítulos de una vida, con complejidades propias de un hombre que tiene el poder mientras en el fondo de su ser habita un filósofo vacilante.
Ambientado en la Roma que poseía el Medierráneo, cuyos linderos se habían extendido hasta Britania y Asia, era inevitable que quien la dirigiera tuviera meditaciones sobre la pluralidad de concepciones sobre la existencia.
La trama inicia en España, en el ambiente provinciano; el emperador describe a los hombres rurales, amantes de las estrellas, poco conectados con los grandes acontecimientos del imperio e ignorantes de los autores reconocidos de la época, de los cuales descendía. Sin embargo, desde la adolescencia el narrador reconoce atracción por el griego y la cultura helena. Un viaje a Atenas, marcaría su aprecio por esa civilización engullida y digerida por Roma, de mármol blanco y estudiantes en búsqueda de la verdad.
Gracias a las conexiones políticas, Adriano logró ser juez del tribunal encargado de los litigios sucesorios que le permitirían comenzar a ser parte de la vida del imperio. Aunque intentó hacer parte de la juventud romana, su acento y sus costumbres lo delataban. Serían los actores quienes le concederían la posibilidad de infiltrarse en aquella sociedad que se creía dueña del mundo.
Como un joven endeudado, participó en las legiones de Trajano, el emperador de la época y lo acompañó en sus conquistas de los partos. Pero notaba que la guerra estaba agotando a la gente. Fueron las campañas de sangre las que le enseñaron qué emperador quería ser y qué había desgastado al imperio al punto de llevarlo a ser casi disfuncional, una ameba incapaz de subsistir sin la dosis diaria de fagocitosis.
Plotina fue una mujer fundamental para su ascenso a la cabeza de Roma. Esposa de Trajano, con una amistad distante, le demostró una simpatía inmediata al hispano.
A pesar de la prosperidad de Adriano y coherente con el desprecio de su esposa y suegro, Trajano en sus últimos días no se decidía a a quien elegir para la sucesión. Fue Plotina quién logró la adopción del ibérico y su nombramiento como líder único por encima de sus enemigos. Sin embargo, un aliado de Adriano aniquilaría a algunos adversarios lo cual dejaría al nuevo emperador con las manos limpias y las sospechas de un nombramiento lleno de sangre.
Este capítulo sería el principio de la paz romana, los acuerdos con los bárbaros, el reconocimiento de Asia, el fin de la guerra, la construcción de prósperas ciudades, los experimentos de sociedades agrícolas eficientes, la inversión en acueductos, la formación de servidores públicos trasparentes y sobretodo, el desplazamiento del emperador por los confines de la Roma centrada en la ciudad, a veces desconocedora de sus límites.
Protegido por los cielos, Adriano hubo de ver a un adolescente amado perecer en el Nilo. Antínoo era uno de sus servidores, el más amado quizás. Trágicamente murió ahogado. Fue objeto de cultos, de la fundación de una ciudad y el establecimiento de un lugar entre las deidades; hechizó el corazón del emperador aún cuando la memoria comenzaba a disolverse. Sería una cicatriz que cargaría hasta el final de sus días y que le permitiría decantar la esencia volátil e imprevista de la vida.
El sometimiento de Israel fue la oportunidad de hacerse a otra victoria y el principio de algo desconocido: la desfortuna. En esa campaña los síntomas de una extraña enfermedad comenzaron a manifestarse. Fue la batalla contra los rígidos judíos que despreciaban todo signo de pluralidad mitológica, lo que lo hizo meditar seriamente sobre el porvenir de la humanidad, la perpetuidad de la cultura grecolatina y la suya misma.
Su impaciencia, sus síntomas de vejez y su debilidad lo exasperaban; sin embargo, haberse sabido humano toda la vida como para usar pragmáticamente el poder, le permitió reconocerse como tal y pensar en un sucesor. Lucio parecía reunir todas las cualidades a pesar de su juventud, procedió correctamente como gobernador y fue resistente a la dura disciplina de Adriano. Mas una enfermedad fue el medio en el que el destino le arrebataría un sucesor al emperador que parecía tener a las estrellas de su lado.
Adriano encontró en el senado al hombre que buscaba, "al filósofo" que cumpliera el sueño de Sócrates. Junto con él, Lucio Vero fueron adoptados lo cual permitió al emperador extender sus tentáculos y establecer la Roma soñada.
Deseoso del suicidio, aprendió de los achaques la paciencia. Finalizó su libro rendido en cuerpo pero lleno de una energía interior que le permitiría vivir mil vidas.
Lo considero una novela soberbia, de prosa florida, con un narrador culto. Lo que más me llamó la atención de la obra fue la reconstrucción de una Roma centrada en las tribulaciones del hombre, apasionada por la arquitectura, sincera con las pasiones y entregada a pragmatismos que revelan el ejercicio de algunos estadistas, unos pocos buenos.
Vale la pena traer colación los países que fueron participantes activos de la crisis europea: Portugal, Italia, Grecia y España. Esto me hace meditar, especialmente en días en los que los helenos podrían separarse de la Unión Europea. Me hace pensar que los que se consideraban en una época remota el centro del mundo, hoy son vistos por los países del norte como la nueva periferia.