Vengo de los que fueran los límites del imperio español. Al otro lado está Filipinas con el presidente Duterte, que ha tomado la decisión de fulminar sin el debido proceso a todo aquel que ose pertenecer al narcotráfico. Y la gente lo ama, lo adora. No hace mucho leía que una mujer menuda, ama de casa y esposa entregada, se dedicaba a investigar personas sospechosas de narcótrafico y a matarlas.
En Colombia fue posible el florecimiento de la coca por su geografía y sus suelos únicos. En el terreno social, el campo estaba abonado por nuestra identidad, anarquista, individualista, profundamente emocional e impredecible. A pesar del tiempo que he vivido aquí, aún hay cosas que me sorprenden, especialmente la forma en la que actuamos en masa.
Donald Trump se encumbró en el poder con el discurso de "Hacer América Grande de Nuevo". Por supuesto que no se detendría a decir "Hacer a Estados Unidos de América Grande de Nuevo", he oído que en temas de publicidad, a veces menos es más. Y nuestros vecinos del norte piensan que son el continente y algunos, consideran que el mundo es el vasto territorio entre Nueva York y Los Ángeles.
Sin embargo, el discurso más peligroso de Donald no fue ése. Recientemente declaró públicamente que iba a reestablecer el imperio de la ley. Y lo hacía para justificar la deportación de inmigrantes. Según él, los blancos han perdido cientos de empleos porque hay extranjeros y la solución es sacarlos. El presidente de Estados Unidos aclara que lo hará con los que cometan crímenes. Es inevitable recordar a Hitler cuando tomó entre sus manos un odio que la gente del común no podía describir y le dio nombre.
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