Hoy vi que le pusieron polisombra a uno de los lotes vacíos de Nicolás de Federmán. Estos meses había tenido el placer de ver cómo una enredadera y un par de árboles invadieron el lugar. En las madrugadas y al medio día, cuando el sol está feliz, se llenaba de mariposas. Me impacta la cegera de las personas que pasan derecho y no se percatan que hay decenas de lepidópteros agitando sus alas desesperadamente. En más de una madrugada, me di el derecho de verlas pegadas al muro que delimita ese pedazo de tierra, parecían dormir porque no notaron mi presencia.
Hoy caminé de noche y miré las estrellas, mientras me comía una hamburguesa en un parque solitario. Vi apartamentos con las cortinas abiertas donde sólo habitaba la luz de un bombillo hermitaño. Y aunque a menudo cuando se ven cosas que los demás no ven, se vive de mucha soledad, la intensidad y el frenesí de la vida no pasan inadvertidos. Las experiencias no son hechos cosméticos que se acumulan en una mente torpe como sucesiones de imágenes y sentimientos sumidos en la más profunda trivialidad.
Miré al firmamento y pensé en la luz de los astros. A menudo las luminarias del firmamento, no corresponden con las que realmente existen. La luz tarda mucho en viajar, medio minuto de la luna a la tierra y cientos de años, desde las estrellas lejanas hasta nuestros ojos. Eso quiere decir que contemplamos el pasado. Creo en la reencarnación. Nunca he tenido una experiencia tan fuerte como para pensar que es del todo veraz pero por lo que he leído, la evidencia sobre su existencia resulta bastante interesante. Si reencarnáramos ¿podríamos estar viendo en las estrellas esos seres que fuimos? ¿Podrá estar el yo que seré dentro de miles de años, observando a un personaje pálido y de ojos grandes, comiendo hamburguesa vegetariana, en un parque abandonado de una ciudad de la que nadie conoce su nombre?
Este blog comenzó como una especie de sumidero de anécdotas y sin proponérmelo conocí personas maravillosas. Entre ésas, a mi amiga libélula. Y siento que es reconfortante, aunque no creo que se repita, volver a escribir sin rumbo. Describir como hechos dispersos de la vasta red de la vida, lo que me sucede.
Si es que ando algo trascedental... Caminando calles y recordando en cada esquina a alguien distinto. A alguien que ya se fue con su destino a otra parte y que por alguna razón, ya no me verá. Así son los rincones de las ciudades, espacios que mutan de lo físico a lo emocional para recordarnos que los sentidos a menudo son siervos de los significados.