"...Nuestra historia se ha acabado, pero el grajo todavía no ha llegado a su nido..."
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"La Casa de la Mezquita" fue escrito por Kader Abdolah, un escritor de origen iraní con nacionalidad holandesa. Fue publicado, en su primera edición, en 2008. Relata la historia de Aga Yan, el cual vive en una casa cerca a la mezquita. El zoco es el lugar de los mercaderes y la mezquita el escenario de los imanes. Históricamente, ambos espacios han tenido relaciones estrechas.
Aga Yan es un comerciante de alfombras cuyos terrenos le dan derechos sobre la mezquita. Vive con el imán Alsaberi, Muecín (su hermano) y su familia. La historia se desenvuelve en Irán, diría que a través de tres fuerzas: Una cotidianidad idílica, una cotidianidad caótica y el retorno a la calma. Si bien es cierto, ésas son figuras antiguas (el paraíso, el infierno y el purgatorio), no podía ser mejor contada la historia en medio de las tribulaciones durante la revolución que expulsó al sah del poder, la instauración de un régimen religioso y su posterior derrumbamiento.
Me fue inevitable recordar a García Márquez en la primera parte del libro. Se describía de manera colorida y como si se tratase de algo particular, la vida iraní de la época. Aga Yan es un hombre que asume sus responsabilidades pero no por eso es ciego. Logra notar que Alsaberi es un imán débil, dedicado exclusivamente a los libros de su biblioteca. Ignora que los discursos que se pronuncian invocan a la resistencia a oponerse a un mandatario que es considerado un títere. La esposa del imán es un símbolo eclipsado, Zinat piensa constantemente en el lugar que le gustaría ocupar, en la sombra en la que se ha convertido.
El imán se suicida o enloquece, quién sabe, en la alberca de los peces. Y da paso a un misterioso joven imán suplente llamado Jaljal que se casa con la hija de Aga Yan. Él viene de Qom, recomendado por uno de los religiosos más influyentes. El talante revolucionario del joven religioso es evidente cuando Farah Diba, esposa del Sah, va a la inauguración de uno de los cines del pueblo. Tal como lo presenta el libro, la radio, la televisión y el cine resultaban de poco fiar en una sociedad con profundas raíces islámicas. El imán suplente intenta sublevar a la gente pero Aga Yan anticipa una masacre. Toma el megáfono que usaba el joven y le dice a la gente que el sah había decidido quitar el cine.
Cuando persiguen a Jaljal los agentes del gobierno, Aga Yan lo ayuda a escapar. No sospecha que un tiempo después su hija volvería embarazada y decepcionada del prometedor imán.
El primera capítulo describe el ambiente religioso, la renuencia de los líderes frente al sah, las libertades individuales del régimen y el florecimiento de movimientos de izquierda.
Jomeini, es uno de los grandes opositores al régimen. Se trata de un imán refugiado que no para de señalar el servilismo frente a Estados Unidos de América. Nostrat, hermano de Aga Yan, persiste en hacer fotos y compartirlas con los periódicos extranjeros. Es así como las cosas se salen de las manos, hasta que un día el sah debe abandonar el país.
Aquí inicia la segunda etapa o la agudización del conflicto. Jomeini vuelve a Irán e impone un régimen religioso y sanguinario. Nombra a Jaljal encargado de hacer la "justicia coránica". Zadit se convierte en una obsesa fundamentalista y desaparece, para luego volverse torturadora de mujeres que no cumplan con las leyes ortodoxas del nuevo régimen. Shabal, el sobrino de Aga Yan, hijo de Muecín, se va a estudiar biología a Teherán pero termina uniéndose a una célula roja de la izquierda. Yawad hijo de Aga Yan, termina por seguir sus pasos. Ambos se dirigen a la "Aldea Roja".
Asham, imán de la mezquita de Seneyán, adicto al opio y a las prostitutas, es juzgado por la justicia coránica. Lo hacen andar en un burro de espaldas.
Aquí comienzan las escenas que más me duelen porque me hicieron pensar en mi papá. Aga Yan está un poco viejo pero intenta a cómo dé lugar evitar que condenen a Asham, hijo de Alsaberi. Pero en el intento, se cae, rueda con él y lo patean.
Dado que las células rojas tampoco comparten la visión de Estado de Jomeini, éste decide atacar la aldea roja, donde se encontraba Yawad. El hijo de Aga Yan es capturado y juzgado por Jaljal, quien intenta hacerlo reconocer alguna culpa pero ante su renuencia a reconocerse sucio "por ser rojo", lo condena a muerte.
Es entonces cuando comienza la escena más triste del libro. Aga Yan intenta buscar una sepultura digna para su hijo pero ningún aldeano quiere brindársela. Al contrario, han cambiado y se han vuelto hostiles. Lo expulsan con pistoleros y matones a pesar de que el hombre de hierro, por primera vez camina, grita el nombre de uno de sus amigos y llora en medio de la calle.
Es un viejo amigo, quien en medio de la nada aparece en un jeep, toma el cuerpo de su hijo y lo lleva quién sabe a donde.
Un grupo intenta destruir el régimen sanguinario de Jomeini desde adentro. Al punto que un ministro de interior, le dice al ayatolá que tiene una lista de infiltrados. Cuando se reúne con los ministros deja una maleta sobre la mesa y se retira. Estalla una bomba.
Por otro lado, Irak ataca incesantemente a Irán con armas químicas y ejércitos feroces. Logra controlar ciudades petroleras, en algunos casos recuperadas por los iranís. Pero eso no es suficiente, el régimen de Jomeini se debilita y personajes como Jaljal deben refugiarse en Afganistán. Shabal viaja al país vecino y se encarga de matarlo.
Entonces inicia la tercera etapa del libro. Los aldeanos le piden disculpas a Aga Yan. Éste viaja donde su amigo que recogió el cadáver de su hijo. Él vive en un castillo, alejado del resto del mundo y ha descubierto un yacimiento de agua. Entre las piedras donde sólo vuelan las águilas, hay un lugar en medio de la aridez, lleno de plantas y flores. Le revela a Aga Yan que allí yace Yawad.
Además, su amigo ha contratado a Asham como jornalero. Ambos, hechos que llenan de alegría a Aga Yan. Logra perdonar a quienes le dieron la espalda y se siente feliz de encontrarse con sus familiares antes maltratados.
Al final Shabal, que no es difícil intuir que es el mismo Kader Abdolah, le escribe una carta a Aga Yan desde el exterior. Le cuenta que escribe en otro idioma y que vive frente a un río. Es un mensaje sentido de un escritor que carga al persa ineludible en su alma.
La vida ha querido que en lo que llevo del año, tenga dos nociones de la cultura persa. Lastimosamente vivo en el extremo occidental donde todo se tergiversa en función de metáforas facilistas e imágenes fáciles de digerir. De los afganos e iranís, la única imagen que se me venía a la cabeza eran las torres gemelas derrumbándose y unos barbudos talibanes hablando por la televisión. Ahora pienso en los grajos, en los dátiles, en el té, en los poemas antiguos, en la lengua de los pájaros, en las rosas en la boca, en las mujeres desnudas en los balnearios, en los budistas islámicos rechazados, en los talibanes, en los islámicos radicales pero también en los izquierdistas ateos y en las universidades incendiadas de deseo por una nueva esperanza.
Mi padre se está haciendo viejo y no sé si debería confesar que aún me siento muy débil. Siento que no soy tan fuerte para protegerlo. No paré de pensar en él cuando Aga Yan debía tolerar la crueldad de un mundo que lo pisoteaba ¿por qué los hombres tenemos relaciones tan intensas y difíciles con nuestros padres? ¿Por qué son tan indescifrables?
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