La escurridiza luz que habita en las tardes tranquilas,
en las que no hay afán de nada.
En los amantes de antaño cuando se miran a los ojos
y recuerdan cómo se conocieron.
Y en la madre que mira al adulto
que alguna vez cargó cuando era no más grande que un jarrón.
La luz que suavemente ilumina la cara de un médico,
que tras desahuciar pacientes,
le escribe a la persona que ha comenzado a querer
para ver una película,
solos y abrazados.
Leve, suave y tierna.
La luz que nos atrapa
cuando menos lo esperamos.
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