He meditado desde los tres años, cuando mi mamá me tomaba en la oscuridad y me enseñaba a cerrar los ojos en un octavo piso, en el barrio gay de Bogotá. Entonces era una distracción: La contemplación de las luces que aparecían y desaparecían en mis ojos.
Debido a mi absorbente trabajo, en agosto de este año, comencé a sentir pánico en las mañanas. Una sensación de no poder respirar. Entonces, decidí comenzar a mediar con las técnicas que he aprendido a lo largo de la vida. El incontrolable ataque de pensamientos se vio neutralizado y el estrés se redujo considerablemente. Sorprendentemente, mis manos sudan mucho menos.
Llevo seis meses meditando y a partir de diciembre, sentí una tristeza inmensa. Entonces decidí desempolvar algunos artículos sobre "la noche oscura del espíritu". Las meditaciones comenzaron a ser pesadas, al punto que emergieron temores infantiles y primitivos como el que sentía por la oscuridad o a entidades "misteriosas" y "malignas". También, emergieron antiguos "descorazonamientos" difíciles de asimilar.
Algunos de los artículos de budismo zen que he leído indican que practicar demasiada meditación puede ser peligroso sin un maestro (realmente experto). Y entiendo a qué se refieren pues soy experto en desenterrar cadáveres de mi mente. No obstante, en mi caso personal, esa "oscura noche" también se ha ido curando con meditación.
Soy un convencido que el veneno es silencioso y la crisis es sólo en síntoma de que se ha descubierto el problema.
Lo escribo debido a que gracias a la generosidad de otros blogs en los que las personas contaban sus experiencias, pude entender la mía. Quizás a alguien en la inmensa red de publicaciones, le sirva de algo.
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