jueves, 14 de julio de 2016

Voces de Chérnobil - Svetlana Alexievich (48/50)




La escritora y periodista bielorrusa, Svetlana Alexievich, adentra al lector al mundo trágico del accidente de Chérnobil. Lo hace a través de relatos, monólogos y cantos en primera persona singular o plural, que dan cuenta de cómo se trastornaron las vidas.

La primera historia, desde mi punto de vista, la más hermosa, clara y trágica, es sobre una mujer que cuando estaba recién casada, vio la tragedia. Su esposo era un bombero, junto con sus compañeros fue designado a ejecutar el plan de contingencia en la central nuclear. Tras acontecer algunos días, la letal radiación comenzó a devorarlo. En un intento por contener la curiosidad, el estado ruso mantiene en secreto la situación de los hombres. Es trasladado a Moscú. Su esposa lucha por acompañarlo. Ve cómo con el tiempo se transfigura. Él llega al punto de escupir sus órganos. Finalmente muere. Ella tiene a la hija que le legó su amado; sin embargo, debe verla a morir también, la radiación le dejó huellas que le hacen imposible vivir. La heroína de Alexievich, sigue su vida, se vuelve a casar pero nunca olvida.

En adelante, el libro sólo consiste en personas verosímiles. Ancianos energúmenos que siguen creyendo en la Unión Soviética, profesoras que ven morir a sus hijos de manera prematura, ancianas que luchan contra el Estado para permanecer cultivando sus veredas, enfermeras que ven la forma bélica e insensible en la que los emisarios del gobierno asesinan recién nacidos; en general, y mayoritariamente, seres desencantados de manera infantil de la Unión Soviética.

A pesar de la importancia de los eventos históricos, Chérnobil vivía una masacre silenciosa. Aunque se abría espacio a una prensa más sincera, la zona afectada por el átomo debía padecer el silencio, las mentiras de los medios que decían que todo estaba bajo control. A menudo surgen relatos de los "liquidadores",  hombres que debían limpiar la zona. Eran generalmente jóvenes y debían cavar la tierra, exponerse a la radiación, a cambio de un sueldo doblado o triplicado.

La autora no descuida los detalles relacionados con la realidad animal. Son comunes los pasajes en los que quedan perros, gatos, jabalís, vacas y zorras en la zona aislada. Los liquidadores tienen la orden de aniquilarlos a su paso.

Creo que el elemento más poderoso de la prosa de este libro, es que no es contado por seres encumbrados en cifras oficiales sino por seres humanos que pueden ver gracia, ternura, despecho y amistad, en medio de la tragedia. 

Uno de los elementos más acertados para describir la actitud del gobierno, es esa escena en la que miembros del partido hacen pavimentar una carretera hasta la miserable zona y cuando se bajan sólo dan declaraciones pero nunca ponen un pie fuera del asfalto. 

El comportamiento de la sociedad soviética, en algunas facetas, resulta incomprensible. El rechazo a los niños que vienen de Chérnobil, el maltrato del personal médico, la insistencia en que trabajen y que ignoren que son víctimas de una falta de previsión. 

Me parecía incomprensible, página tras página, que los soviéticos no se hubieran levantado contra su gobierno. Hasta los colombianos, que constituimos el pueblo más sumiso de la tierra, nos hemos levantado en situaciones límite y hemos destruido algunos convencionalismos. Cuando leí el relato de un exsoldado, que también fue liquidador, comprendí algo del espíritu soviético. Asumen que cuando callan, que cuando son cómplices del gobierno y se arriesgan a situaciones miserables como la de tener que limpiar una cloaca nuclear, están salvando a su comunidad. Resulta hermoso, heroico y estúpido. Hay un silencio que los acompaña, de hecho, procuran callar ante los extranjeros. Y cuando hablan, lo hacen como si expulsaran un demonio, un cáncer llamado resignación.

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