Ana sentía que los violines de la iglesa atiborraban su memoria. Toda esa historia dulce como las cerezas, llena de color y encanto, estaba a punto de terminar. No había marcha atrás, mirándose a los ojos, captaron ese segundo, ese instante y lo atraparon para la posteridad. Ella no se vestiría de luto, aunque sabía que sería la última vez que vería a David. Estaban decididos, era lo correcto, era lo necesario, noches enteras de meditación hicieron que en lo profundo de sus seres sintieran ese impulso a asesinar esa historia.
Frente a frente, sin ningún reparo, el anciano sacerdote le preguntó a David:
-¿aceptas?-
A lo que él respondió-aceptó padre- un nudo en la garganta hizo que surgiera en sus entrañas un llanto incontrolable.
El cruel sacerdote preguntó de nuevo, esta vez a Ana
-¿aceptas?-
con los ojos llenos de océanos de soledades futuras, ella respondió
-sí acepto padre-
Respiraron por última vez, ese momento quería ser largo y eterno, quería ser sendero sin fin. El enorme vestido blanco se mancho de ausencia, mientras cada uno susurraba al oído del otro amor eterno.
Él le dijo-te amo-
ella respondió-fui feliz-
-puede besar a la novia- dijo el servidor.
Se besaron apasionadamente sellando su despedida, a sabiendas de que el matrimonio matar{ia la perfección de su noviazgo, renunciando a ser jóvenes eternamente, dejando de lado todos los parques taciturnos y las caricias compartidas. Mientras la gente aplaudía porque en el altar se unían dos almas, ambos lamentaban que ese beso fuera el rito para decirle adiós al amor.
2 comentarios:
Me encanta venir acá y llevarme dos o tres frases para mi colección.
Excelente post
Buenas tardes... Como inversionistas,
ganamos mientras perdemos,
buscamos mientras olvidamos...
Todo es lucha y dolor...
Garsil
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