Te veo y cada día te quiero más, me es inevitable temer acercarme demasiado porque en esos ojitos veo cierta melancolía ¿qué hacer para que la vida no te de miedo? He intentado omitir las emociones fuertes de mi camino, pero tu mirada me reclama desde esa foto con fondo rojo en la mitad de mi cuarto. En la intimidad, no me susurra la conciencia, me susurras tú y es que para ser sincera, tus ojos tienen cierta expresión surda.
En el mundo que conozco, ya no tienes que tener miedo, porque yo te puedo proteger. Aprendí a deslizarme sin rosar, a encantar sin engañar, a camuflar sin metir y a querer sin salir herido. Decidí escribirte algo, porque siento que te he olvidado. El miedo a envejecer se volvió una mofa del transcurrir lineal del espacio. Te miro y recuerdo esa esencia liberada que conocía la libertad.
No tienes que temer al abandono, ahora estoy aquí, ya somos dos y somos uno. Mientras tú hablas de los rincones llenos de luz, yo te puedo contar cosas sobre la química del cielo y del agua. Es más, si me lo permites, puedo curar tus heridas con paciencia, siempre y cuando no me recuerdes que somos el mismo, porque dolería. En fin, si me necesitas abre tu enorme corazón ansioso de cariño, que aunque tenga migajas o banquetes del dulce sentimiento del amor, te daré todo.
Si necesitas que te arrulle, no te preocupes, ya me sé muchas historias. Puedo comenzar desde mi triste adolescencia, hasta el día en que conocí a personas maravillosas. Llegará el día en que te cuente sobre el hombre de pelo castaño rojizo, sobre los ancianitos que me hablaban en los buses, sobre la ciudad vista a exceso de velocidad y si tienes suerte, te invito a esos rincones donde no llega nadie más.
No te debo nada y tú no me debes nada. Seamos libres... Y recuérdame, de ser necesario con llanto que a veces te olvido, para alimentarte con abrazos y muñecas, o muñecos, cocinas o carritos, o con mi amistad... Porque también soy tu amigo.
A mi niño interno...
En el mundo que conozco, ya no tienes que tener miedo, porque yo te puedo proteger. Aprendí a deslizarme sin rosar, a encantar sin engañar, a camuflar sin metir y a querer sin salir herido. Decidí escribirte algo, porque siento que te he olvidado. El miedo a envejecer se volvió una mofa del transcurrir lineal del espacio. Te miro y recuerdo esa esencia liberada que conocía la libertad.
No tienes que temer al abandono, ahora estoy aquí, ya somos dos y somos uno. Mientras tú hablas de los rincones llenos de luz, yo te puedo contar cosas sobre la química del cielo y del agua. Es más, si me lo permites, puedo curar tus heridas con paciencia, siempre y cuando no me recuerdes que somos el mismo, porque dolería. En fin, si me necesitas abre tu enorme corazón ansioso de cariño, que aunque tenga migajas o banquetes del dulce sentimiento del amor, te daré todo.
Si necesitas que te arrulle, no te preocupes, ya me sé muchas historias. Puedo comenzar desde mi triste adolescencia, hasta el día en que conocí a personas maravillosas. Llegará el día en que te cuente sobre el hombre de pelo castaño rojizo, sobre los ancianitos que me hablaban en los buses, sobre la ciudad vista a exceso de velocidad y si tienes suerte, te invito a esos rincones donde no llega nadie más.
No te debo nada y tú no me debes nada. Seamos libres... Y recuérdame, de ser necesario con llanto que a veces te olvido, para alimentarte con abrazos y muñecas, o muñecos, cocinas o carritos, o con mi amistad... Porque también soy tu amigo.
A mi niño interno...
1 comentario:
Yo también acostumbro a escribirle a mi niña interior. Recordarles que estamos aquí y que les queremos ayuda a curarles las heridas y a que nosotros nos sintamos cada día mejor y más completos.
Te mando besote
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