Caminaba como si buscase algo. De repente, unos gritos lo sacaron de su realidad paralela, transportándolo por un instante a esas manotadas y tirones de cabello que todos en círculo veían: dos mujeres se golpeaban sin cesar, sin compasión, con ira, con sed de herir. Él asustado, se redujo a un rincón, como si fuera un niño su corazón se alborotó. Una de las dos tomó una botella y la rompió; salieron mil pedazos de vidrio volando por el cielo. David notó una ráfaga con el color del arcoiris, la cual pasaba a toda velocidad. Uno de esos trozos lastimó su mejilla y dejó una finísima herida debajo de su ojo. Una gota de sangre brotaba, casi como una lágrima roja se deslizaba y con la levedad que proponía ese instante, cayó al suelo.
Siempre había sido un espectador, inclusive de su propio dolor pero esta vez quiso correr. Iba tarde para su trabajo. Bajó las escaleras de ese viejo centro comercial y llegó al negocio donde trabajaba: una tienda de ropa donde todo estaba en rebaja. Tenía que ponerse esa bata blanca, parecía de doctora, o de cualquier otra cosa que no fuera vendedor. Sus tardes transcurrían en clasificar mercancía y atender las personas. En un momento de descuido, casi siempre los jueves, miraba hacia lo lejos como si esa ciudad dialogara íntimamente con este vendedor de toallas. Los carros se desplazaban como si nunca se detuviera el tiempo y los amantes vivían de ilusiones eternas, mientras el jóven con bata le susurraba verdades al humo de los buses.
Siempre había sido un espectador, inclusive de su propio dolor pero esta vez quiso correr. Iba tarde para su trabajo. Bajó las escaleras de ese viejo centro comercial y llegó al negocio donde trabajaba: una tienda de ropa donde todo estaba en rebaja. Tenía que ponerse esa bata blanca, parecía de doctora, o de cualquier otra cosa que no fuera vendedor. Sus tardes transcurrían en clasificar mercancía y atender las personas. En un momento de descuido, casi siempre los jueves, miraba hacia lo lejos como si esa ciudad dialogara íntimamente con este vendedor de toallas. Los carros se desplazaban como si nunca se detuviera el tiempo y los amantes vivían de ilusiones eternas, mientras el jóven con bata le susurraba verdades al humo de los buses.
2 comentarios:
Uaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa quiero más y más me quede en tensión, genial. Llena incógnitas ..! Un besote grandeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
Me gusta eso de susurrarle verdades al humo de los autobuses, y que suela ser en jueves. Una buena historia,Vicky: ¡felicitaciones!!
Publicar un comentario