miércoles, 5 de octubre de 2011

Del frío que recorre la ciudad queda esa estela azul que nos recuerda que estamos vivos. Las nubes en su diálogo constante con el corazón humano, se vuelven niebla cuando los pájaros aún despiertan. El agua caliente y el deseo de la eternidad, cual placenta recordándonos que nadie puede lastimarnos. Sale el sol al oriente, como si persiguiera el occidente... O como si la tierra no concibiera otra cosa más que girar, entonces diluvian y se dispersan los miles de fotones que nos hacen sonreír.

Nacen los recuerdos y el caminante se entrega sin dudar a ese segundo donde decide si vivir o entregarse a la cotidianidad. La renuncia, esa pena que nos inflinge la cobardía, la pérdida eterna... El miedo a creer; a lo lejos las torcasas se mueven como pensamientos, los reflejos en los charcos soñando almas ajenas, mientras las calles se vuelven más largas y lentas.

Despierta el ser humano consternado: está vivo... Vivo para trabajar. Es entonces cuando ante el final del día, cuando hay puesta de sol, se da cuenta de lo insignificante de vivir con temor. Un día, sólo por un día... Deberá quebrar lo que le enseñaron, para soñar sin miedo.

1 comentario:

Elena P.G. dijo...

¡Qué bonito!!!!!!!!!