miércoles, 11 de julio de 2012

Felipe

Su sentencia resposaba en el sillón amarillo. El coronel lanzaba migajas de pan a las gaviotas, mientras un diente de oro se asomaba. Los soldados, petrificados como siempre, cumplían órdenes de su superior. En una hilera de hombrecitos azules con fusiles reposaba el silencio. 

A Felipe le temblaban las rodillas, algo que por su levedad  no anulaba la constancia. Ese peón de baja estatura se concentraba en la mirada del anciano, que algún día parecía vivo. La víctima reposaba sus pupilas sobre el horizonte. No se le leyeron los cargos. 

Preparados a disparar, el acusado fijó los ojos sobre sus verdugos, miró a Felipe. Humedeció sus labios y les dijo: "aun cuando un hombre no ocupa un país... Su conocimiento no es el océano y le son inalcanzables las nubes. Aun cuando su pequeñez discute con las partículas de polvo el premio a la insignificancia, tiene un derecho que le fue concedido al nacer: amanecer despierto". Sonrió; sonó la campana y un charco de sangre reflejaba la aurora. Una lágrima recorría la mejilla del soldadito. Una cárcel es demasiado mundo para dos, dos que hablan, uno que medita, otro que vigila. Una celda, es demasiado mundo para creer que un hombre se reduce a un segundo.

Los encargados del fusilamiento dejaron escapar una sonrisa. Ninguno entendió sus palabras, a excepción del enano. 

2 comentarios:

MauVenom dijo...

Me dan miedo las celdas justamente porque pueden ser demasiado mundo para uno mismo

... de las cárceles para dos no conozco mucho, siempre me expulsan.

Saludos

Elena P.G. dijo...

"Amanecer despierto"...