Bogotá se organiza como una cuadrícula, en calles y carreras. Las que van de sur (en realidad desde el centro) a norte son las carreras; las que van de oriente a occidente son las calles. Caminaba una de las carreras principales y pensaba en uno de mis primos fallecidos. Es curioso cómo superamos a las personas. Es agobiante pensar que no somos indispensables pero es satisfactorio poder creer que nuestra ausencia no significará dolor eterno.
El viento soplaba sobre mi cabello, como las caricias que mi abuelito paterno le daba a mi mamá, o como las que ella me ha dado a mí: son particulares, tenemos la costumbre de jugar con el cabello de los que amamos, de hacer masajes en el cuero cabelludo; me gusta la soledad, la disfruto y la sufro, sé que es mi hogar, un lugar ambivalente que me entiende pero que yo no entiendo.
Me desplacé entre luces ajenas, entre sueños viejos y frustraciones odiosas. Qué doloroso es el pasado; qué científica la mirada que he desarrollado para analizar cada situación de mi vida. Me cuesta creer que cuando nos volvemos adultos una sequía nos invade la piel... Los cuentos de hadas son apuñalados por informes egoístas y lo que creíamos posible en la adolescencia se vuelve borroso en un cristal víctima de la velocidad.
Caminé entre las moles, buscaba lo inexplicable... Mi autoreclusión y al mismo tiempo mi epifanía ¿qué sería de mis zapatos sin mí? Buscarían otro dueño ¿qué sería de esta bufanda sin mí? Sería parte de un lienzo ¿qué me hace indispensable en una ciudad de siete millones? No lo sé y tampoco me interesa. Las preguntas sobre la existencia, he aprendido que se responden solas.
Si soy sincero con mi blog, estos días me he sentido particularmente débil. No se trata de depresión, ni reproches a la vida, después de todo he descubierto que eso lastima a los demás. Simplemente, creo que di de más... Que di demasiado y las fuerzas se me han ido acabando, mis memorias siguen cursos en espiral, en dirección a mejores sueños.
Me gusta creer que el futuro será mejor, aun cuando mi rigurosidad mental me reduce al escepticismo de antaño. Veo sombríos los nuevos pasos, los nuevos caminos y seguiré dándolo todo de mí, a pesar de que mis fuerzas cada día mengüen más.
¿Agradecer? Agradecerlo todo: por los viajes, por la gran oportunidad que significa estudiar, por los sentimientos, por los que me escucharon y rieron conmigo, por los que me aman, por los que amo... Gracias por las noches, por el agua, por el sol... Gracias por los prados verdes, por las calles despejadas en las que se puede ir a toda velocidad. Gracias por la comida, sobretodo por la que me gusta, gracias por la gente que es feliz, por los que hacen el amor, por los que se levantan, por las segundas oportunidades... Gracias por mi familia, por mis papás especialmente. Gracias por mis hermanos, por sus oportunidades, por la paz que no se oye, por los que se descubren, por los que descubren, por los que alcanzan, por los que despiertan.
Feliz año nuevo
Qué viva la vida...
2 comentarios:
Hola
Yo tambien caminé entre el caos de la gobernanza.
Añoré la paz nocturna de antiguas caminatas, disfruté del caos en una compañía que no habia experimentado antes.
Me elevé sobre esa cuadrícula, di gracias e hice mis peticiones.
También me he sentido debil y mi debilidad se ha tornado en mi fortaleza más grande. Es maravilloso no tener claros los pasos a seguir, eso solo significa que estas vivo, que eres vida y casi nada en la vida está tan claro como para saber cual será el próximo paso.
Gracias a la vida, siempre, a pesar de todo. Vivir, sí, siempre, a pesar de todo: la vida es lo único que tenemos.
Un abrazo grande!!!!
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