sábado, 14 de septiembre de 2013

Manofactura


製造

La primera vez que Ernesto descubrió los puntos brillantes, sintió una mezcla entre el rechazo y el miedo. Se refugió entre las camas de heno y miró a Federico. Pasaron las horas; se dedicaron a armar piezas de computador como era la costumbre. 

La segunda noche volvió a asomar su rostro entre los huecos y vio cúmulos de vapor desplazarse. Sintió miedo y exitación. Despertó a Federico y le contó. Atemorizado, su amigo le dijo que no volviera a hacer eso, amenazaba la vida de todos.

Cada tanto, el hoyo se volvía oscuro y dejaba pasar figuras nunca vistas: puntos brillantes, cúmulos de vapor, siluetas veloces y círculos luminosos. El infante soportó la tentación, decidió colar su diminuto cuerpo por ese hueco y descubrir lo que se ocultaba fuera de su mundo. La emoción indujo a que se orinara. 

A media que bajaba su mirada, notó que su mundo era cuadrado y reposaba sobre algo más grande que se mecía al ritmo de un líquido que parecía venir del infinito. Un hombre con una varilla de metal larga apuntó al corazón de Ernesto y dio fin a su vida. Los humores se agitaron en el contenedor y los esclavos del siglo XXI se levantaron contra los verdugos. La turba botaba a los secuestradores por la orilla y el capitán fue asesinado brutalmente en el cuarto de máquinas.

Finalizada la violencia, un silencio recorrió la superficie del barco. El cuerpo del niño que yacía sobre el contenedor con destino a Norteamérica, brillaba con la luna. Los operarios de multinacional comprendieron la similitud entre mirar los astros y hacer una revolución.

2 comentarios:

Elena P.G. dijo...

Niño, luna, astros y revolución forman un conjunto perfecto, lleno de fuerza y belleza. Me encantó esta historia, Vicky

Vía Morouzos dijo...

Desgarrador relato, y tan real... Tan profundamente real... Ojalá lo lea mucha, muchísima gente, Vicky. Es luz. Gracias por compartirlo :-)