"...Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano..."
Límites, Jorge Luis Borges
Procuro tomar un café, de los fuertes, los que traen del sur. Y mientras reviso los monitores, las imágenes del radioscopio me revelan conceptos abstractos que tal vez cambien la humanidad. Son noches en las que he aprendido a no dormir, formas monásticas de ejercer una disciplina lejana de la religión.
Ya desde el principio el matrimonio fue un desastre. Galileo, el padre de las ciencias fue encarcelado y como todo buen pensador, le dio la razón a la infamia no sin antes susurrar una palabra que marcaría el avance de la humanidad: "...Aún gira..."
Luego Lewenhook que descubrió microcosmos, formas de vida incomprensibles para cerebros ciento sde veces más grandes que una bacteria. Seres fofos y oscuros, le dijeron a manera de castigo: "...La sociedad no necesita sabios..."
Sin embargo, tanto la astronomía como la microscopía demandan una entrega similar a la de un monje. Una suerte de vida que excluye la diversión, que eleva la vida y que dignifica a la humanidad. Mientras cientos de seres celebran orgías y festines, yo estoy sentado analizando estrellas fulgurantes, sistemas planetarios que quizás revelen el espectro de algún nuevo elemento químico. Estoy aquí, comiendo pan integral, en absoluto celibato, pensando en la constante de aceleración planteada por Einstein.
Llevo años sin descubrir nada nuevo y siento vergüenza con mis estudiantes doctorales que quieren creer que la astronomía seguirá revolucionando el mundo convulso que nos rodea. Entonces las canas y el cansancio me llevan al hábito, humano y antiguo, de imaginar que soy otro.
Pensar quizás ¿qué hubiera pasado si hubiera nacido al sur? Seguro no vería la estrella polar, quizás no sabría nada de las estrellas polares y a menudo me preguntaría si hay alguien que se cuestione por las vidas que habitan los luceros. A lo mejor haría poesía, quizás sería un párroco que después de fornicar con una monja, saldría a la terraza del campanario a fumar mientras una supernova brilla sobre mi cabeza sin que siquiera note su presencia.
Tal vez cultivaría café, me levantaría temprano entre grupos armados que sobornan a la población. Me sentiría miserable por no poder darle a mis hijos (porque los tendría) una vida más digna. Y me sentiría orgulloso de verlos crecer, escucharlos reír mientras juegan en la lluvia. Quizás les enseñaría a pedir deseos al ver un destello fulminante en el cielo. Creeríamos que son estrellas fugaces, sin sospechar que ha llegado el fin del planeta.
Y algún día, una bolsa de mi café, llegaría al observatorio de Harvard, a alentar la noche oscura de un astrónomo, que sabe mucho de estrellas y poco de hombres.
2 comentarios:
Magnífico relato. Me vino a la mente una cita que vi hace unos días que decía algo así como: "Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son"... Y añado: a veces tampoco, o al menos, a mí me parece que no es así siempre.
Abrazos, Vicky. Grande Borges.
¿Seremos tan distintos? ¿Seremos tan iguales? Cuando se nos ve de lejos parecemos gemelos y de cerca resultamos en exceso singulares. Quizá sea una cosa de distancia.
Un abrazo.
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