Más difícil que contar el comienzo de la historia de uno, es contar el de alguien más. En este caso el tuyo. Porque me miras con los ojos perdidos, guardas silencio y cuando menos lo piensa uno, dices alguna trivialidad: Que el cielo es azul, que mira esa mosca, que fíjate en la espalda de ese sujeto... Que se mueve como si ocurriera en un sueño.
Y a veces te siento como si durmieras. Lo digo por los enfermeros que te inyectan y te sellan los ojos por horas. Sé que te gustan sus espaldas anchas y muslos de guerreros. Es lo único que no has perdido, la sensualidad común a la mayoría del género humano. Hay días en que te pones agresivo y comienzas a decir incoherencias: "ella es un chico", "lo soy paz" y "me lluevo en invierno". Entonces, soy yo quien te dopa. Creo que estás mejor en ese coma de unas cuantas horas que en este mundo incierto, lleno de carros pitando y nubarrones de smog.
Quizás mientras duermes, como un ser poseído, logras recordar quién eres. Seguro te ves montado en los columpios, con la corona que te compré cuando tenías 5 (decías que conquistarías el mundo). Sé que recuerdas tus arranques feministas de la adolescencia. Una noche me fijé en tus labios, puedo jurar que susurrabas: "Ni putas, ni ángeles". Y ahora no sé qué eres, porque inclusive las putas y los ángeles en su misterioso proceder tienen una mirada trascendente o coherente. Tus ojos me aterran, se pierden, se escabullen en las nubes y en puntos lejanos ¿cuándo vas a volver?
Yo tenía la nariz reventada, nada que no se pueda perdonar. Pero debes entender que con los años me he vuelto débil y tú te has vuelto fuerte. Te traje a esta clínica en el carro azul del cual te avergonzabas frente a tus amigos. Me gustó el aspecto pálido y religioso del complejo. Uno de los psiquiatras me dijo que alguna vez había sido administrada por monjas. No vayas a pensar que desconfío de ti; es que a veces hacías cosas que por las limitaciones físicas que trae la edad, yo ya no podía controlar. Cuando orinabas los muebles, yo limpiaba, cuando no comías, te alimentaba, pero cuando comenzaste a gritar en latín y me asestaste en la cara, sentí ira y luego tristeza. Hice la cena y apagué las luces, como nuestros vecinos. Recé, como René y te di un beso en la frente, como hace Lucía con sus hijos. Estaba entre las sábanas cuando te oí pronunciar una letanía. Tu voz era gruesa y me sentí vulnerable. Comprendí que eras adulto ¿y yo un viejo? ¿No es eso como ser un niño? Si lo hubieras deseado, me hubieras matado.
Te amo profundamente, no quiero que pienses lo contrario pero sí pido que te pongan la camisa de fuerza, es porque estoy seguro que ni siquiera tú entiendes lo que sucede. Imagino que es como una laguna borrosa de la cual no es fácil escapar. Como cuando a un cristiano lo posee un demonio bíblico y en una pésima actuación dice que actúa en contra de su voluntad. Cada día hablas menos y cada noche te siento más lejos. Entonces tu nombre suena misterioso, como si ya no fuera tuyo y designara alguien que murió aplastado dentro de ti. Te traía dulces, difíciles de conseguir en esta clínica y te encontré mirando por la ventana, te tocabas el rostro y confundido susurrabas: "Alcíbiades".
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