Veo mi rastro y noto que no he hecho más que cometer errores estos últimos años. No es un reproche, es un análisis. A decir verdad, ya no me interesa torturarme por no ser perfecto. El niño de las estrellas olvidó su camino a casa, dejó un rastro de sangre, agonizante camina y finge que es un estudiante, que no tiene sentimientos... A veces juega a ser alguien que no tiene miedo: persona segura de sí misma sin mapas de la vida; sin aspiraciones.
Ayer mientras caminaba, tuve la suerte o la desgracia de encontrarme con un escenario donde la iluminación pública por causas desconocidas había cesado. Caminanba en ese, el que fue un potrero y ahora es una de las megabibliotecas de la ciudad, pensaba en muchas cosas... Quizás no pensaba para abolir la poco sana costumbre de identificarme con mis pensamientos. Con los temblores típicos del miedo nocturno elevé mi cabeza y ahí estaba, esa bola grande que azulada ha sido mi confidente en todos los malos momentos. Después de todo, no he estado tan solo en el mundo.
Recuerdo que la primera vez que me enamoré fue tan intenso, al punto de pensar en un ejercicio de retroalimentación que quizás fue una obsesión. Como soy homosexual (hasta el momento) no podía hablar de esto con nadie, sólo podía apretarme el pecho y lanzarme a mi cama a pensar. Sentía algo tan dulce en el corazón. Para ese entonces ya había descubierto que un astro sería mi único confidente. Solía asomarme por esa ventana, recibía con alegría el frío de la noche; a ella le contaba todo lo que no entendía.
Anoche, mientras esa bola de fuego azul me acompañaba... Susurré: "lo bonito de la noche es que uno no tiene que ser nadie, uno es tan poderoso..."