domingo, 9 de junio de 2013

1991



Imagen tomada de: http://www.arcoiris.com.co/wp-content/uploads/2012/06/estudiantes_mane.jpg

Eduardo frenó su auto frente al semáforo. Una mujer tomó un pañuelo rojo de algodón y se acercó al vidrio. El tiempo retrocedió. Bogotá no tenía transmilenio y los buses gigantes con emisiones oscuras estaban a la orden del día.

Una manifestación de jóvenes pasaba frente de su automóvil. Ellos gritaban todo tipo de consignas. Sacos anchos, jeans y tennis uniformaban un conglomerado de los marchantes. La mirada del conductor se cruzó con la de un hombre de ojos marrón y piel trigueña cuya personalidad era solar y poseía brillo sin igual.

Las pupilas del protestante vibraban y devoraban lo que había a su paso. Se trataba de un hombre que unos años después se cortaría el cabello, se amarraría una corbata y buscaría trabajo. Unos meses bastarían para que dejara de leer a Marx, el Marqués de Sade y la Niebla de Miguel de Unamuno. Pronto olvidaría sus sueños, tomaría y pasaría hojas de vida. El tiempo pasa tan rápido que en un abrir y cerrar de ojos, tendría un auto, una familia y un trabajo que cuidar. Y llegaría el momento en que delante de un semáforo recordaría el joven que fue y se avergonzaría del adulto que es.

3 comentarios:

Garsil dijo...

Buenas tardes... Hablando con un joven,
me daba razones radicales,
saber que los hombres no lo somos,
menos la sociedad,
con el tiempo he aprendido,
ser flexibles y tolerantes...
Gracias

Elena P.G. dijo...

¡Qué pronto olvidamos lo que fuimos, lo que somos...!!!!

Vía Morouzos dijo...

Quizá en el momento en que el semáforo le permitió el paso, él de nuevo se lo permitió a sus sueños...
Un fortísimo abrazo, Vicky.