sábado, 19 de abril de 2014

Nemocón


Mina de sal de Nemocón

In Memoriam García Márquez

María Paz se levantaba todos los días a las siete con el espejismo borroso de un hombre con casco amarillo y botas de caucho. Caían sobre su rostro besos mientras una voz le susurraba: "despierta mi niña, despierta". Una vez recuperaba el sentido de la razón, se dirigía a un pozo diminuto al lado de la cocina donde se quitaba la ropa y con una totuma dejaba correr agua sobre su cuerpo. Un pequeño espejo que le permitía hacer la cuenta de cuánto le faltaba para alcanzar la copa del samán, le fue revelando transformaciones intempestivas, súbitas y cíclicas.

Una mañana de enero en el espejo frente al que su papá se afeitaba, María Paz notó limones en sus pechos. Pasaban los días y en vez de disminuir, maduraron a duraznos grandes y de colores cálidos. Una angustia recorrió su espina dorsal y estrenó la vergüenza; usaría durante meses camisas anchas para ocultar sus círculos de las miradas curiosas. En febrero, cuando miraba con extrañeza los duraznos a los que se había comenzado a acostumbrar, notó que el agua se había teñido de rojo. Una desesperación semejante a la muerte la hizo tomar aire y examinar su cuerpo. Creía que estaba agonizando; miró su reflejo en el agua y se sintió de nuevo incómoda. Su salud le preocupó los días que se vio teñida de escarlata.

Se rehusó a ir al colegio, ignoró a sus amigas, estaba enclaustrada en su cuarto y esperaba que todo lo que le estaba sucediendo en algún momento parara. Su padre enfadado la despertó el segundo martes de febrero, la tomó de su brazo y la llevó al colegio. Las compañeras le decían que estaba muy bonita pero ella intuía que un monstruo que mordía, dolía y sangraba, se estaba gestando en su interior. El profesor Don Eugenio les habló sobre la primera comunión, la cual se acercaba para todas ellas: el primer lunes de marzo. Intentó socializar con las niñas las expectativas que ellas guardaban sobre ese deber que a algunas emocionaba desde que la tierna infancia. Simona decía que por fin confirmaría su alianza con Dios, Luisa estaba ansiosa por verse vestida de blanco, como si se fuese a casar. Pero María Paz tenía la mirada perdida... Respondió con voz gruesa que deseaba hacerla en una iglesia donde llegara el sol. Don Eugenio frunció el ceño, quiso preguntarle los motivos; sin embargo, se decantó por la idea que era simplemente una tontita.

María Paz se bañó tranquila y aprendió a esconder sus pechos en trajes anchos de obrero hasta que una mañana vio como en el agua se formaba una mancha oscura. Esta vez quiso verla con atención, notó sus estrías, vacíos y consistencia. Se decidió a vivir con el secreto de su monstruo, a caminar las calles como cualquier pueblerina y a hablar con las amigas mientras ese calor que hiere la consumía día tras día. La bestia la atacaba de muerte sólo en ciertos días, los demás, era completamente inofensiva. 

El día de su primera comunión se sentía libre de sus fantasmas. Estaba de blanco, resplandecía y las sombras verdes que le pintó su tía Matilde irradiaban esperanza. Los duraznos encajaban perfectamente en el vestido y había olvidado a la bestia. Su papá, minero de la región, la había levantado como acostumbraba pero esta vez sin casco. La llevó de la mano por el pueblo y los hombres de la cantina la miraban con insistencia. Una mancha roja despertó su curiosidad: "¡el monstruo!", pensó... Lloró pero las mujeres le dijeron que no estuviera nerviosa por el sacerdote Benito, las oraciones y las ostias; sólo Matilde notó que una línea de color intenso recorría su vestido. Matilde la miró con desdén y dijo en un tono tan bajo que fácilmente podía ser confundido con la multitud: "sinvergüenza". 

María Paz entró por un hoyo enorme en la tierra, sintió el olor de la sal. La acompañaban los amigos de su papá. Se arrodilló incómoda ante la Virgen del Carmen y no paró de pensar en la bestia. A medida que avanzaba veía rocas blancas, trabajadores que picaban la tierra y  un altar frío y negro. La ceremonia se extendió, el sacerdote habló de todos los pecados y todas las juventudes que habían destruido el Edén. Su padre lloraba orgulloso en una banquita. 

La multitud de familiares, amigos y deudores se dirigió al salón de danza y eventos: un hueco en la tierra con lámparas coloniales que no podían iluminar el secreto de la mina, la profundidad de la tierra. María Paz bailó, se rió, recibió regalos y acompañada por decenas de invitados volvió a casa. Asustada notó que el vestido era un lienzo violento. Examinó su vagina y comprobó que el monstruo se calma en la oscuridad.

1 comentario:

aristos dijo...

Qué historia tan bonita has dedicado ha Gabo! Seguro que desde ese màs allà donde se encuentre estarà sonriendo de satisfacción.