jueves, 4 de febrero de 2016

Romeo, provocador de sueños

"Pedro decía que estaba que ni mandado a hacer
para amansar potrillos; pero lo cierto es que él tenía otro oficio:
el de "provocador". Era provocador de sueños"

Pedro Páramo, Juan Rulfo.

Era un chico atravesado: de los que escupen la calle y empujan en los vagones. Una suerte de cresta resaltaba su actitud medianamente anarquista, medianamente izquierdista, medianamente soñadora, medianamente modesta, medianamente homosexual.

Para Elizabeth, secretaria del instituto, era una mala persona. Los lunes solía tirar las carpetas al piso y los viernes andaba con una sonrisa adorable, a la cual era imposible no perdonarle lo innombrable.

Se acostó con dos gerentes. El sexo para él era algo ajeno, de lo que podía tomar distancia y control. Elizabeth escuchaba los gemidos animales desde su ventana cuando algún alto cargo deseaba aprovechar la soledad del salón de archivo. 

Pasaba los días de secretaria ejecutiva en una silla de ruedas heredada de su padre. Cuando saludaba a los clientes del lugar, solían esperar que se parara a dar un beso pero cuando veían la silla, de manera antipática y solidaria le decían: "tranquila" y se inclinaban.

Perdió la sensibilidad después de un accidente de tránsito. Sólo sentía un cosquilleo intenso en la pantorrilla, algo curioso puesto que dicha zona se supone era inerte.

"Una noche, toda llena de murmullos y de música de alas" , Romeo el archivista llegó con el genio de lunes, aunque era miércoles. Tiró todo a su camino y gritó como de costumbre. Como quien odia la vida porque no tiene qué desayunar debido al sueldo tan bajo que gana, como quién ha tenido un percance con alguien en el bus, como quien tiene que vivir con un anciano de 70 años y darle lo mejor de su cuerpo para poder tener un lugar donde dormir.

Entre las cosas que tiró al suelo, estaba Elizabeth. Iracundo siguió caminando hasta la ventana de la secretaria, respiraba como bestia. Después de la pataleta, el archivista vio en el piso a su colega inundada entre lágrimas. Envueltos entre la lástima, la violencia y la simpatía, pasaron del perdón a la pasión.

Elizabeth no paraba de reírse y Romeo pensaba que se trataba de complicidad. Tras una hora de cunnilingus, vio a la secretaria cuarentona con los ojos cerrados y respirar lento: estaba dormida.

La humillación hizo a Romeo una bestia doméstica e insegura en las camas vacías de sus amantes. Paralelamente, Elizabeth sentía un cosquilleo premonitorio antes de vivir nuevas aventuras.

Música: Bowspirits


4 comentarios:

CrisC dijo...

Imagino a esa secretaria corrida una y otra vez hasta la dulce insensibilidad, o abandono, del sueño; y la derrota y al tiempo triunfo del muchacho.

Vicky dijo...

CrisC, debe ser una linda imagen sin duda. Como la de los atletas cuando terminan largas distancias, una sensación de satisfacción y completa rendición ante el cansancio.

luz dijo...

Me resulta muy interesante cómo leería la secretaria ese final... No he podido evitar esbozar una sonrisa cómplice :)

Vicky dijo...

Luz, seguro que ella también sonreiría.