domingo, 21 de agosto de 2016

Cuando nació, los vientos de agosto habían roto un árbol que se derrumbó sobre el auto del médico que atendía el parto. Lo bautizaron Maurico Vendabal. Si era premonición o no, serían los hechos los que revelarían si su apellido cargaba los vientos inclementes.

Calladito, contenido y siempre medido, era el típico bogotano que cubre todas las partes de cuerpo y nunca para de decir "gracias", "de nada", "por favor", "sería tan amable de".Sus notas fueron destacadas pero cayó por el precipicio ideológico cuando en vez de elegir ser economista, se inclinó por la filosofía,

De discusiones helénicas, siempre defendió los argumentos y el tono conciliador. Nunca respondió a una ofensa, con otra ofensa y en el amor, era de los que daba lo otra mejilla. Catalogado como el profesor estúpido del colegio, por sus modales medievales y su vocesita socarrona, debía tolerar los gritos de Nadia, la coordinadora.

Obsesionada con llevárselo a la cama, no paraba de subyugarlo y ponerle tareas indignas. A manera de reto, tenía un pene de porcelana; una imitación barata de un gran escultor.

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